miércoles, noviembre 30, 2005

INVESTIGACION HISTÓRICA

La Inquisición (sus comienzos en Europa)


Introducción

Este es un trabajo desarrollado hace algún tiempo y no publicado.
Como tantas cosas que atañen a la religión puede tener diferentes interpretaciones.
Mi enfoque es desde el punto de vista de una investigación, principalmente efectuada en varios viajes a la Biblioteca Nacional de España, y a la lectura de libros de diferentes autores.
Espero que les sea útil. Apu.

Capítulo I

En la Historia Universal uno de los pasajes más dignos de estudio, es aquel que consigna la influencia de la Religión, las diferencias y persecuciones que marcaron el nacimiento de naciones, y en muchos casos, el destino de poblaciones y culturas que quedaron bajo el dominio del Imperio Español, desde el descubrimiento de América, hasta el advenimiento de la monarquía Francesa, con los Bonaparte.

En ese lapso de la historia, que va desde 1479 hasta 1810 aproximadamente, la influencia de las divisiones en la Iglesia Católica, como el protestantismo en una parte de Europa y el Anglicanismo en Inglaterra, desató una fuerte lucha por defender lo que se llamaba “la verdadera Fe”.

No fue, sin embargo, una lucha de enfrentamiento de ideas, por el contrario, alineó, tras las distintas posiciones, a Reyes, Reinas y Emperadores, que procuraron defender sus conceptos religiosos, políticas y de conveniencia, con la fuerza de las armas, la persecución y las más crueles represiones, en uno y otro bando.

Como uno de los elementos que intervienen en el convulsionado mundo Europeo de los siglos XIII - XIV y posteriores, nace la “Santa Inquisición”, que fue un importante medio para obtener recursos económicos y apartar a eventuales enemigos, en beneficio, fundamentalmente, de los soberanos reinantes.

Es conveniente establecer una importante diferencia en la Inquisición, aquella de origen medieval y la que posteriormente se implantó en España, adquiriendo gran fuerza, durante el reinado de Felipe II, y donde probablemente se cometieron las mayores injusticias.

Muchas de sus actividades estuvieron directamente ligadas a las luchas por el poder tanto material como espiritual. A ratos quienes tenían la responsabilidad de la salvación de las almas cambiaban sus roles confundiendo el cielo con la tierra, y las oraciones con la riquezas. Por otra parte estaban los Reyes que no querían dejarse avasallar por el poder de Roma, queriendo establecer sus propias visiones religiosos, confusas y muchas veces utilizadas como justificación para satisfacer sus ambiciones.

Nadie puede erigirse en juez de esta causa.
El fenómeno de la Inquisición es parte de un proceso en que los hombres no quisieron escuchar la verdadera palabra de Dios, y pretendieron arrogarse la virtud y la ciencia para interpretarle.

Al cerrar la puerta a la ciencia, a la investigación y al entendimiento, negaron lo más precioso de la creación divina, la capacidad del ser humano de pensar y descubrir por sí mismo la verdad de una revelación diferente a como tan equivocadamente la interpretaron.
La inquisición medieval fue puramente Religiosa, buena o mala, equivocada o no, pero se mantuvo bajo el control de Roma.

La segunda Inquisición siempre tuvo un componente de los estados. Su uso más que religioso , fue político, lo que le hizo desviarse mucho más de los propósitos originales que le concibieron, constituyéndose en un factor de odiosa persecución entre quienes sustentaban las mismas creencias, como más adelante el estimado lector lo podrá corroborar.

ORÍGENES

Sus orígenes más lejanos podemos encontrarlos en los inicios del cristianismo, aunque no con las características crueles y arbitrarias que le distinguieron durante la edad media. Los podemos apreciar en las divisiones de algunas Iglesias, especialmente en aquellas que conservaban en parte ritos de la religión Judía, como mantener la circuncisión, que trajo muchas disputas del apóstol Pablo con los hebreos, especialmente aquellos convertidos al Cristianismo. Los que querían observar el sábado como día de reposo o muchas de las leyes mosaicas, que Jesús cambió o reinterpretó durante su ministerio en la tierra.

Algunos no reconocían a la segunda persona de la Trinidad un carácter divino igual a Dios Padre, sino que un nivel inferior. Estos eran conocidos como los “subordinacianos”. Había otros que no distinguían a las personas de la Trinidad, sino que la interpretaban como modos distintos de una misma persona “modalistas”.

Varias “herejías” se conocieron en los primeros años de Cristianismo. Había quienes creían que la venida de Cristo sería inmediata y se prepararon para ese acontecimiento. Otro grupo “los milenaristas” sostenían que Jesús volvería a la tierra a pasar mil años con los “escogidos”. Por su parte el “arrianismo” y el “macedonismo” se dedicaron a atacar la idea de la Trinidad. Finalmente los “peligianistas” negaban la encarnación de Cristo.

En la Iglesia primitiva de los primeros cuatro siglos después de Jesucristo, quienes eran acusados de herejía sufrían la pena de la excomunión, vale decir quedaban excluidos de la Iglesia, y desde el punto de vista espiritual condenados.

Como “Herejía” se define todo lo que atenta contra el dogma de fe, los conocimientos, tradiciones, sacramentos, rituales y usos de la Iglesia Católica.

Cuando los Emperadores Romanos, desde el siglo IV en adelante reconocen el cristianismo como religión oficial del Estado, la herejía adquiere una dimensión diferente, y quienes eran acusados de tal hecho pasaban a constituirse en enemigos de este, especialmente cuando sus acciones heréticas provocaban desorden público o actos de violencia.

El Papa Inocencio III , en el siglo XII, promulga la primera legislación punitiva como respuesta a una herejía surgida en el sur de Francia conocida como la doctrina “albigense” .La práctica de ella le pareció al sumo pontífice lesiva para el matrimonio y otras instituciones de la sociedad, organizando una cruzada en contra de los integrantes de esa comunidad. Sus esfuerzos se centraron También en la acción de sacerdotes que procuraron predicar la verdad del evangelio, procurando evitar la propagación de doctrinas falsas como la señalada.

Inocencio III (1160-1216), fue Papa entre los años 1198 y 1216. Su nombre era Lotario de Conti di Segni, hijo de un antigua familia de la nobleza Italiana. Estudió Teología en la Universidad de Paris, y aún cuando no había ejercido como sacerdote a los 37 años fue elegido Papa , por la unanimidad del Colegio de Cardenales, reemplazando al fallecido Papa Celestino III, declaró dos cruzadas, una para perseguir a los albigenses, en el sur de Francia y la IV Cruzada donde una parte de sus integrantes, el año 1204 se desviaron a la ciudad bizantina de Constantinopla y la saqueándola. Este hecho provocó enormes divergencias entre las iglesias griega y latina.

Los albigenses eran fervorosos seguidores del “maniqueísmo dualístico”, y derivan su nombre del pueblo de Albi, en el sur de Francia. Los albigenses creían que la existencia discurría entre dos dioses; un dios del bien y otro del mal. Se dividían en dos grupos, los creyentes y los perfectos, estos últimos llevaban una vida de gran ascetismo.

La denominación “maniqueísta” viene del inspirador de esa doctrina el sabio Persa Mani, nacido el año 216 d.c.Durante su infancia, a los 12 años y posteriormente a los 24 años, cree tener visiones en las cuales un ángel le designa profeta de una nueva revelación. Se proclama a sí mismo como el último de los profetas junto a Zoroastro, Buda y Jesús.

Su doctrina fundamental se basa en un Universo dividido entre la lucha del bien y del mal. Su doctrina se extendió a China, al imperio Romano y al Norte de África. San Agustín, considerado el mejor teólogo del siglo IV fue “maniqueísta” durante nueve años, antes de convertirse al cristianismo.

En las enseñanzas de Mani se basaron los albigenses, bogomilos y paulicianos, todos grupos heréticos para la Iglesia que fueron cruelmente perseguidos.

Sin embargo, la Inquisición no se inicia formalmente hasta el año 1231, cuando el Papa Gregorio IX, dicta los estatutos “Excommunicamus”. En ellos el Papa procede a reducir la responsabilidad de los obispos en los asuntos de ortodoxia, y somete a los “inquisidores” a la autoridad a la jurisdicción pontificia y estableció severos castigos a los transgresores de la fe.

El Papa Gregorio IX nacido el año 1147, ejerció el papado desde 1227 al 1241 año en que fallece. Se le considera el fundador de la Inquisición. Su nombre era Ugolini de Segni, nacido en Agnani. Estudió en París y Bolonia, su tío era el Papa Inocencio III, quien le nombra Cardenal el año 1198. Fue amigo personal de santo Domingo de Guzmán y de San Francisco de Asís. Mantuvo permanentes conflictos con Federico II a quien excomulgó por no cumplir la promesa de encabezar una cruzada.

El cargo de inquisidor fue asumido en un principio por los monjes Franciscanos y Dominicos, aunque finalmente prevalecieron, especialmente en España los religiosos de esta última orden, tanto que Santo Domingo era reconocido como el patrono de la Inquisición. Se estimó que ellos eran los más indicados para sumir esta “ardua” tarea por su preparación religiosa como por el desapego demostrado a las ambiciones mundanas.

Algunos historiadores señalan que el motivo que hizo al Papa Gregorio IX poner bajo su dirección a la Inquisición, era el temor a que Federico II, emperador del sacro Imperio Romano, asumiera esa tarea y la utilizara con fines políticos.

Federico II vivió entre los años 1194 y 1250, era emperador del Sacro Imperio Romano, Germánico y Rey de Sicilia donde se le conoció como Federico I.
Cuando fue coronado, Federico hizo una serie de promesas a la Iglesia, entre ellas el voto de emprender una cruzada a tierra santa. Finalmente el año 1227 decide dirigirse a Jerusalén, pero a los tres días de su partida regresa aduciendo una enfermedad, por lo cual el Papa Gregorio IX, de quien ya hemos hablado, procedió a excomulgarlo.
En el año 1245 el Papa Inocencio IV volvió a excomulgarlo, luego del concilio Lyón. Este Papa había debido huir a Francia ante las disputas violentas que mantenía con Federico II.

En sus orígenes la Inquisición solo estaba circunscrita para actuar en Alemania y Aragón, donde sus encargados se dieron a la tarea de encontrar herejes con gran afán.

Dos inquisidores, a quien el Papa nombrada directamente, eran los responsables de cada tribunal, contando con una serie de funcionarios que cumplían diferentes tareas, como notarios, alguaciles y otros.
La Inquisición

Capítulo II

La figura del inquisidor, desde el punto de vista jurídico, inspiraba un gran respeto dado la gran potestad de su cargo que le permitía hasta excomulgar príncipes.

Estos primeros inquisidores se instalaban en diferentes ciudades formulando un primer llamamiento para que los herejes, por su propia voluntad, se presentasen ante el tribunal.
La Inquisición podía iniciar un juicio contra cualquier persona que les pudiera parecer sospechosa. Todo aquel que se presentara voluntariamente y confesara su culpa se le imponían penas menores. Existía un período de gracia de treinta días para presentarse ante el tribunal inquisidor, de lo contrario se iniciaba un juicio formal con todas las penas y condenas estipuladas.

Si los inquisidores decidían juzgar a una determinada persona de la cual existían sospechas o denuncias formales de herejía, se publicaba un requerimiento judicial solicitando la captura y encarcelamiento. La policía de la inquisición buscaba a los requeridos quienes no tenían derecho a ningún tipo de asilo, como lo veremos más adelante en el caso de Diego de Susan, en Sevilla.

Sometidos a juicio, quienes le acusaban podían ocultar sus nombres, lo que se prestaba a enormes injusticias, afortunadamente está práctica fue eliminada posteriormente por el Papa Bonifacio VIII, quedando sin embargo tras de ese hecho una secuela de errores inmensos.

El Papa Bonifacio VIII fue electo como pontífice el año 1294 falleciendo el año 1303.Su nombre era Benedetto Gaetani, natural de Anagni - Italia - igual que Gregorio IX.

Mantuvo una permanente confrontación con el rey Felipe IV de Francia por un problema de tasas ilegales de impuestos cobradas al clero. El rey francés llevó a tanto su desavenencia con Bonifacio que le llegó a declarar reo de herejía, manifestando su intención de destituir al Papa.

Bonifacio llegó al trono papal de una manera bastante curiosa, fue sucesor del Papa Celestino V, quien era un modesto monje benedictino, ordenado como tal a los 17 años, retirándose muy pronto a vivir en una comunidad que el creó como eremita. De vida santa y muy respetada, fue elegido Papa el 5 de Julio de 1294, después que durante dos años los cardenales no se habían puesto de acuerdo a quien elegir como sucesor de Nicolás IV.

El Papa Celestino renunció cinco meses después voluntariamente , el 13 de diciembre de 1294, al sentirse incapaz de gobernar a la Iglesia, entregando su cargo a Bonifacio, quien para evitar cualquier problema con los seguidores de Celestino le mantuvo prisionero en el Castillo de Monte Fumone hasta su muerte en el año 1296.

Celestino V, el Papa de los cinco meses fue, sin embargo, canonizado el año 1313. Su fiesta se celebra todos los 19 de Mayo.

En el resto de Europa, aunque no en España, la inquisición observó algunos métodos más justos, como por ejemplo castigar a los testigos cuyo testimonio se demostrara como falso. Generalmente la pena era el encarcelamiento.

Al Papa Inocencio IV, en el año 1252, le cabe el triste privilegio de autorizar el uso de la tortura para obtener las confesiones de los “presuntos culpables”. En esas condiciones se producía un enorme contrasentido, ya que muchos para dejar de sufrir los dolorosos apremios a que eran sometidos, admitían todos los cargos, y como la inquisición establecía que la declaración de los prisioneros era bajo juramento, se asumía que lo dicho en sus confesiones era verdadero y no inspirado por los suplicios establecidos.

El Papa Inocencio IV, gobernó la Iglesia Católica entre los años 1243 y 1254. Su nombre era Sinibaldo Fieschi, nacido en Génova y con estudios de derecho en las universidades de Parma y Bolonia. Fue consagrado Obispo de Albenga en el año 1225. Dos años después fue nombrado cardenal.

Vivió en constante lucha con Federico II y posteriormente con el hijo de este Conrado IV.
Cuando fue electo Papa dejó Roma, para radicarse en Génova donde se sentía más seguros sus muchos desacuerdos con el emperador Federico le obligan a huir a Francia, donde en el concilio de Lyón (1245), obtiene la condenación de Federico II y que se le quite la corona.

En estos primeros años de la Inquisición los castigos eran relativamente “suaves” si se consideran los que posteriormente se aplicarían en toda Europa en el siglo XV y posteriores. Tanto para los que confesaban “espontáneamente” como para quienes eran declarados culpables, las sentencias se dictaban públicamente al término de los respectivos procesos. A esta ceremonia pública se le llamaba sermo generalis o auto de fe.

Los castigos de los condenados podían ser muy variados e iban desde peregrinaciones obligatorias, un suplicio público, pagar una multa o cargar una pesada cruz. Aquellos que habían sido descubiertos haciendo falsas acusaciones - costumbre que luego se olvidaría - debían lucir unas cintas de tela roja cosidas a sus vestiduras. En casos graves se podía llegar a la confiscación de las propiedades o el encarcelamiento. La pena más severa era la condena a cadena perpetua. Cuando los religiosos entregaban al culpable de herejías a las autoridades civiles ello era equivalente a una sentencia de muerte, comúnmente en la hoguera.

Aunque en sus comienzos, como está dicho, la inquisición dedicó sus esfuerzos a combatir a los albigenses y a los valdenses, luego se empeñaron a perseguir a brujas y adivinos. La Inquisición se desataría de manera feroz durante el reinado de los Reyes Católicos en España, prosiguiendo con igual furia durante los reinados del emperador Carlos V y su hijo Felipe II.
La Inquisición

Capítulo III

La herejía de Lutero

Durante el reinado de Carlos V la Iglesia Católica se ve enfrentada a una de sus crisis más importantes, conocidas en la antigüedad como la “herejía de Lutero”, situación en la que intervino directamente el emperador en procura de obtener una reconciliación al interior de la Iglesia amenazada con un cisma mayor.

Martin Lutero nació en Eisleben el 10 de Noviembre de 1483. Descendía de una familia de humilde extracción campesina, lo que no fue problema para recibiera una buena educación. El año 1501, cuando contaba tan sólo con diecisiete años, se matriculó en la Universidad de Erfurt, licenciandose el 1502 y terminando un doctorado tres años después.

Luego de una fallida incursión para estudiar derecho, ingresó al monasterio de la orden Agustina en la misma ciudad de Erfurt. El año 1506 hizo sus votos de monje y posteriormente en 1507 se ordenó sacerdote.

Su amigo y consejero Johann von Saupitz, quien era vicario general de los agustinos lo introdujo en la educación universitaria licenciándose en Teología el año 1509, en la universidad de Wittenberg.

Los primeros indicios de lo que sería su posterior separación de la Iglesia Católica se producen cuando visita Roma el año 1510 representando a siete monasterios agustinos. Se cuenta que pese a observar una actitud extremadamente piadosa y de gran respeto, quedó negativamente impresionado por la vida mundana del clero de la Santa Sede.

Al regresar de su peregrinaje a la ciudad santa, reponía sus estudios en la universidad de Wittenberg doctorándose en Teología., asumiendo la cátedra de teología bíblica, la que mantuvo hasta su muerte.

Como estudioso de la teología, Lutero, llegó a convencerse que la salvación se produce por la gracia de Dios de todo aquel que la acepta por la fe. Pensaba que los méritos propios o las buenas obras no bastaban para salvarse. Y que la fe de salvación provocaba buenas obras en las personas.

Este fue uno de sus primeros enfrentamientos con la Iglesia a la que pertenecía, a los que luego


EL SANTO OFICIO

El año 1542, el protestantismo alentado por Lutero preocupa mucho al Papa Pablo III, quien ve a estos como una peligrosa amenaza por su penetración en Italia, estableciendo a iniciativas, entre otros, del cardenal Juan Pedro Carafa en Roma , la congregación de la Inquisición , conocida por muchos como la “inquisición Romana” y “el Santo Oficio”.

El Santo Oficio o inquisición romana, variaba en que especialmente se dedicaba a los temas internos y doctrinales de la Iglesia. Estaba en su origen constituido como tribunal por seis cardenales, entre los cuales, en el primer tribunal que se organizó, se encontraba Carafa.

Durante el primer decenio de actividades los trabajos fueron bastante modestos y alejados de la inquisición tradicional, de tortura y muerte, pero cuando el Cardenal Carafa asumió el papado bajo el nombre de Pablo IV en 1555, inició una persecución activa de todo aquellos que pudieran representar una desviación de la santa doctrina, cayendo bajo su mano obispos, cardenales, como el Inglés Reginald Pole, curas y monjas. Elaboró en 1559 un índice de libros prohibidos por atentar contra la fe y la moral.

Reginal Pole nació el 3 de marzo del año 1500 en Stafforsdshire. Era miembro de dos familias importantes de Inglaterra los Tudor y los Plantagenet. Su madre Margaret, era nieta del rey Eduardo IV de Inglaterra. Como prelado católico se opuso a la reforma religiosa de Enrique VIII, pese a que en el año 1530 había viajado a Roma para obtener la aprobación eclesiástica al divorcio de Enrique, que era su primo. En Italia el Papa Pablo III le hizo cardenal.
Enrique VIII puso precio a su cabeza, cuando se enteró que tenía contactos con sus opositores en los Países Bajos .En represalia su madre fue ejecutada el año 1541.
A la muerte de Eduardo Vi, quien era hijo y sucesor de Enrique VIII, Pole fue nombrado Arzobispo de Canterbury, el 22 de marzo de 1556,pero en el año 1558 el Papa Pablo IV le destituyó llamando a presentarse ante la Inquisición.
La Reina María, sobrina de Pole, intercepto la orden papal. Pole murió al poco tiempo, el 17 de noviembre de 1558.

Lo que pocos saben es que el tribunal del Santo Oficio se mantuvo activo hasta el año 1965, cuando el Papa Paulo VI atendiendo a numerosas quejas, le puso fin creando en su reemplazo la “Congregación para la doctrina de la Fe”.

GALILEO GALILEI

Fue el tribunal del Santo Oficio el que acusó y condenó a Galileo, en una demostración de la más supina ignorancia, en el año 1633.

Nació Galileo el año 1564, cerca de Pisa Italia el 15 de febrero. Su padre se llamaba Vincenzo Falilei, siendo un destacado músico de su época.

Inició sus estudios en la escuela de los monjes de Vallombroso, ingresando a la universidad de Pisa a estudiar medicina el año 1585, pero luego de cambiarse a estudiar filosofía y matematicas, dejó la universidad sin título alguno.

En 1589 se emplea como profesor de matemáticas en su ciudad natal, derribando al poco tiempo algunas teorías Aristotélicas, como su famosa demostración, refrendada varios siglos después por una de las misiones Apolo en la luna, que en un ambiente desprovisto de atmósfera, dos cuerpos de distinto peso caerían a la misma velocidad y no a velocidades diferentes o proporcionales a su peso como afirmaba Aristóteles.

Inventó un compás de cálculo para resolver problemas matemáticos, la ley de la caída de los cuerpos y la trayectoria parabólica de los proyectiles.

Sus problemas con la Inquisición se inician cuando coincide con las teorías de Copérnico que sostenía que la tierra giraba en torno al sol. La iglesia de esa época apoyaba la idea de Aristóteles y Tolomeo que el sol giraba alrededor de una tierra que no se movía y era eje del universo y de la creación.

El año 1614 un cura florentino denunció públicamente a Galileo y a sus discípulos por sus enseñanzas contrarias la doctrina. En una larga carta Galileo afirma que el conocimiento científico no puede interpretarse a la luz de la enseñanza bíblica, y que ninguna concepción científica debería convertirse en artículo de fe de la Iglesia.

A comienzos de 1616, los libros de Copérnico fueron censurados, en tanto que el cardenal Jesuita Roberto Belarmino, que siempre defendió a Galileo, le pidió que no insistiera en sus afirmaciones de que la tierra se movía en el espacio. El cardenal le pidió que utilizar sus conocimientos como hipótesis de trabajo e investigación, pero que se abstuviera de tomar en forma literal los escritos de Copérnico.

En 1624 pidió licencia de la Iglesia para publicar un libro que quiso titular como “Diálogo sobre las mareas”, seis años después se le autorizó a publicarlo pero bajo el nombre de Diálogo sobre los sistemas máximos”.

Pese a contar con autorizaciones oficiales eclesiásticas, igual fue citado a Roma por la Inquisición para procesarle acusado de “sospechas graves de herejía”.

Galileo fue obligado a abjurar de sus creencias científicas y condenado por la Inquisición a prisión perpetua, pena que le fue conmutada por la prisión domiciliaria. Los ejemplares de su libro fueron quemados y la sentencia de su condena leída públicamente en todas las universidades.

Galileo murió ciego, el 8 de enero de 1642 en Arcetri, cerca de Florencia.

La condena a Galileo no es, a nuestro entender, responsabilidad exclusiva de la Iglesia Católica, esa culpa es compartida por una serie de profesores universitarios, filósofos, probablemente envidiosos de la lucidez del gran científico. Ellos fueron los que argumentaron ante los teólogos para que le condenaran.

Recién el año 1979, el Papa Juan Pablo II abrió una investigación para revisar la condena de la Iglesia al astrónomo y físico. Casi 13 años después, una comisión especial reconoció el error e injusticia que se había cometido con Galileo.

La Inquisición sirvió muchas veces, especialmente en España, para ventilar viejas rencillas conventuales, incluyendo envidias y odios entre curas de una misma congregación, como es el caso de la disputa de los Inquisidores dominicos con el Arzobispo de Toledo, de su misma orden, Bartolomé de Carranza.

En el siguiente capítulo, en que de manera muy resumida se abarca los períodos de reinado de los Reyes Católicos y de su biznieto Felipe II, procuraremos mostrar qué fue este tribunal, que avergonzó a la Iglesia.

También, les quedará en claro que más que una acción institucional, fue obra de hombres que actuaron con propósitos absolutamente desviados de todo principio religioso o enseñanza Cristiana.

Podemos criticar, aunque resulta difícil hacerlo en el contexto de los tiempos modernos que vivimos, al Papado por su falta de persistencia y mayor severidad en actuar frente a los evidentes abusos. Sus protestas fueron débiles y sus acciones absolutamente nulas.
La Inquisición

Capítulo IV

Orígenes de la Inquisición en España

La “Santa Inquisición” es autorizada en España a contar del año 1478, mediante una bula papal de SIXTO IV.

La Inquisición tiene varias motivaciones para actuar, en nombre de la Fe y de la Iglesia, pero en un sentido absolutamente oportunista.

Luego de la fuerte represión desatada contra moros y judíos, por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, se produjeron gran número de conversiones, que se sumaron a otras grandes conversiones masivas registradas durante el año 1391.

Curiosamente la Inquisición centraría sus fuegos de manera mayoritaria en los conversos, dado que se tenía duda de una transformación de Fe auténtica y muchos creían que en la privacidad de sus hogares seguían practicando la doctrina de sus padres.


Antes que la Inquisición se oficializara en España mediante una bula papal, ya muchos habitantes peninsulares, incluyendo curas y monjas, habían caído bajo la mirada de celosos autoproclamados guardianes de la Fe. Veamos algunos ejemplos.

El año 1450 don Diego de Marchena se hizo monje Jeromita, viviendo en el famoso convento de Guadalupe durante más de 35 años, sin embargo, la Inquisición le condenó porque estimó que sus enseñanzas eran poco ortodoxas.

En otro convento “La Sisla de Toledo” otro monje fue condenado por bautizar, según se dijo, a la manera Judía.

En el año 1479, los Reyes Católicos pidieron autorización al papa para reformar los conventos, donde estimaban se cometían muchos pecados que atentaban contra “la verdadera Fe”.

El año 1480, Fernando e Isabel intentaron eliminar el concubinato, muy en boga entre los monjes, prohibiendo a los clérigos que mantuvieran relaciones sexuales con “barraganas” (prostitutas), no monásticas.


El 27 de septiembre de 1480, mediante decreto real Isabel y Fernando activaron la Bula papal de Sixto IV. El decreto en cuestión decía lo siguiente: “ Por lo tanto nosotros el Rey Fernando y la Reina Isabel, con el gran deseo de albergarnos de elevar, honrar y preservar nuestra Fe Católica y la de nuestros súbditos, y con el propósito de evitar los grandes daños y perjuicios que se producirían, si la ya mencionada conducta no fuera castigada y corregida, y porque como monarcas y señores soberanos de estos reinos, debemos dar remedio a esto y porque deseamos que tan malos Cristianos queden limpios de toda mácula e infamia, aceptamos la tarea y facultad otorgada a nosotros por nuestro Santo Padre.

LOS PRIMEROS INQUISIDORES DE SEVILLA

Los primeros inquisidores de Sevilla fueron los frailes dominicos Miguel de Morrillo y Juan de San Martín.

Los frailes inquisidores, fueron todos dominicos, porque ese era una orden fundada como “predicadores mendicantes”, con el propósito de combatir la herejía y enseñar la verdadera doctrina.
Las instrucciones sobre las cuales basaban su accionar los tribunales de la Inquisición eran los escritos de Gracián de Bologna, el Papa Gregorio IX y Santo Tomás de Aquino.

La misión de la Inquisición era buscar a los herejes para ser interrogados y reconciliados con la Iglesia.

En la tarea de “buscar herejes” no tardaron mucho y desde luego sus fuegos apuntaron a prominentes hombres de negocios de la propia ciudad.

Es por ello que los primeros “supuestos herejes” fueron quemados en Sevilla, eran tres, uno de ellos un importante ciudadano del lugar llamado Diego de Susan, de quien se dice que valía por lo menos 10 millones de Marevedís.

Cuando se enteraron que la Inquisición les buscaba, se refugiaron en la Iglesia de San Salvador de Sevilla, pero la propia hija de Susan, a quien el pueblo llamaba “la hermosa hembra”, les denunció.

Ella asistió al auto de fe, luego del cual su padre fue quemado vivo. Fue tal la impresión que le causó ese inhumano acto que se retiró a un convento, del que muy pronto se retiró, para terminar sus días vagando medio loca por las calles sevillanas.

Estos primeros prisioneros de la Inquisición de Sevilla, se encarcelaron en el convento de San Pablo y luego trasladados al Castillo de Triana, hasta que finalmente fueron llevados a la hoguera.

Directorium Inquisitorium

A riesgo de adelantarnos en la enumeración cronológica de los hechos, hemos creído pertinente analizar un viejo manucristo, impreso por Alonso Gómez, impresor de su Majestad en Madrid el año 1576.

El libro impreso en castellano antiguo se llama “COPILACION DE LAS INSTRVCIONES DEL OFFICIO DE LA FANTA INQUIFICION HECHAS POR EL MUY REVERENDO SEÑOR FRAY THOMAS DE TORQUEMADA PRIOR DEL MONAFTERIO DE FANTA CRUZ DE SEGOUIA, PRIMERO INQUIFIDOR GENERAL DE LOS REYNOS Y SEÑORIOS DE EFPAÑA.

Es este un documento, cuyos originales se encuentran en el Departamento de colecciones especiales de la Universidad de Notre Dame, donde existen detalladísimas instrucciones de la manera como debe actuar la Inquisición.

Se consigna desde el inicio de una denuncia, hasta las sucesivas penas que derivaran de un preso condenado, las penitencias y diversos ceremoniales del denominado auto de fe.

A título de ejemplo podemos reseñar lo escrito en una de las páginas de este compendio:

“Primera audiencia y preguntas que deben hacer los Inquisidores. Puesto el preso en la cárcel, cuando a los Inquisidores parezca más conveniente llamaran ante sí y un notario del secreto. Mediante juramento le preguntarán, edad, oficio y vecindad y cuanto ha que vino preso. Los Inquisidores hablaran con los presos humanamente, tratándole según la cualidad de sus pecados...”

“Luego consecutivamente se les mandará que declaren su genealogía, comenzando de sus padres y abuelos , con todos los transversales que tenga memoria, declarando los oficios y vecindades que tuvieron y si fueron viudos o tuvieron difuntos, los hijos que tienen o han tenido y asimismo si son o han sido casados los dichos reos y cuantas veces. Y el escribano escribirá el proceso poniendo cada persona por principio de reglón, declarando si sus ascendientes o de su linaje han sido presos o penitenciados por la inquisición.”

El manuscrito que comentamos contiene en sus más de catorce páginas, detalladas instrucciones relativas a los interrogatorios, al trato a los testigos cuyos nombres no debían conocerse, a la alimentación de los prisioneros, facultando a quienes tenían recursos para traer su propia alimentación.

Por varios siglos estas instrucciones fueron manejadas en el mayor secreto, no siendo posible conocerlas fuera del mundo de la propia Inquisición.

Los gastos que demandaba la manutención de los encarcelados, se pagaban con cargo a los bienes que a esos mismos prisioneros requisaba la Inquisición.

La dieta que recibían eran alimentos preparados sobre la base de carne, pan y vino.

Los procedimientos para enjuiciar a un acusado eran injustos ya que, por ejemplo, el nombre de los que acusaban nunca era conocido, lo que hacía más difícil la defensa y se prestaba para que se concretaran venganzas personales que nada tenían que ver con la fe y la religión.

A la inversa de todo derecho, la persona detenida por la Inquisición se le consideraba como culpable, hasta que no demostrara su inocencia.

La Inquisición utilizaba un esquema bastante perverso, cuando se trataba de perdonar a los condenados. Los acusados, interrogados en el tormento, dispuestos a confesar cualquier cosa, si se reconciliaban con la Iglesia de sus supuestas ofensas, eran perdonados pero entregados al alguacil con la recomendación que fuera clemente, aunque la tal clemencia nunca era real ya que indefectiblemente, el hereje era quemado. En algunos casos, el Inquisidor tenía la autoridad para permitir al condenado ser ahorcado, antes que su cuerpo fuera arrojado a la hoguera.

En los pocos casos que lograban salvarse de la hoguera, estaban obligados a usar una COROZA, que era una especie de sombrero cónico muy alto y un “ sambenito”, túnica de lana amarilla larga que llegaba hasta las rodillas, llevaba el nombre pintado y estaba decorada con demonios en medio de las llamas del infierno.




La Inquisición

Capítulo V

Los procedimientos de la Inquisición

Hombres, mujeres, ancianos y niños eran arrastrados a las mazmorras de la Inquisición, incluyendo mujeres embarazadas. Bastaba solo que fueran acusados como herejes para ser apresados.

Como preparación para los interrogatorios posteriores, eran despojados de sus ropas y torturados por alguno de su mismo sexo.

Una de las torturas más comunes era la TOCA, en que se obligaba al infeliz prisionero a ingerir a la fuerza grandes cantidades de agua.

Otra era la GARRUCHA, una polea que levantaba de los brazos al condenado y luego lo dejaba caer violentamente, deteniéndole a mitad del camino descoyuntándole los huesos en medio de atroces dolores.

El POTRO, era también una tortura muy popular y se utilizaba por la Inquisición de dos maneras; una, estirando brazos y piernas girando una gran rueda, y la otra consistía en rodear el cuerpo con las cuerdas y apretándolas tan firmemente que estas se incrustaban en la piel produciendo grandes heridas y cortaduras.

Cuando los prisioneros o prisioneras habían sido suficientemente torturados hasta obtener su confesión, salvo que murieran durante el suplicio, venía la ceremonia conocida como auto de Fe, que en el capítulo dedicado a la Inquisición, en la época de Felipe II (biznieto de los Reyes Católicos), explicaremos con mayor detalle.

Las persecuciones Inquisidoras durante los primeros años fueron feroces, y en un gran número de casos se trató de gente inocente, arrastrados al tribunal por culpa de falsas acusaciones, entre vecinos y familiares o por rencillas de negocios. En un informe, conocido como el “informe Bercialdez”, se calcula en 8.800 las personas muertas por la Inquisición entre los años 1480 y 1498.

En Roma, estos verdaderos crímenes, no pasaron inadvertidos. El Papa Sixto IV estaba furioso con los Reyes Católicos porque el tribunal de Sevilla no había dado a conocer, y menos aplicado, algo que era obligatorio de acuerdo a la Bula Papal y que se conocía como el “Edicto de Gracia”, que permitía confesar los pecados antes del arresto, a ello se agregaba que a la muerte de Susan, en la hoguera de Sevilla, los Obispos de esa ciudad, horrorizados ante tanta crueldad de los monjes Dominicos de la Inquisición, reclamaron directamente al Papa.
Entretanto en la Corte de Isabel y Fernando algunos de sus integrantes también desaprobaban las brutales prácticas de la Inquisición.

Uno de ellos era el propio secretario de la Reina, Pulgar y Fray Fernando de Talavera en ese momento confesor de Isabel, quejándose ambos al Cardenal Pedro González de Mendoza, especialmente porque se castigaba a niños que no tenían la culpa de la educación religiosa recibida de sus padres. El cura Fernando de Talavera decía, “las herejías no solo deben corregirse por medio de los castigos sino también por medio del pensamiento Católico”.

Otro noble español, don Juan de Lucerna, que había sido embajador en Roma, sostenía que los conversos no debían ser tratados como herejes, sino que como infieles.

Pero ninguna voz bastaba para frenar el celo religioso de los Reyes Católicos y en el año 1481, Fernando de Aragón llevó a su propio reino la furia de la Inquisición.
La Inquisición

Capítulo VI

Las reyertas de los Reyes de Castilla y Aragón con el Papado

Ante tanto abuso, el Papa, el 22 de enero de 1482, suspendió la Bula Papal de 1478, que había conseguido el dominico Tomás de Torquemada.

Para justificar dicha suspensión el Papa Sixto escribió lo siguiente refiriéndose a la Inquisición en España “sin consideración de la ley, ha encarcelado a muchas personas injustamente, las ha sometido a espantosos tormentos y los ha declarado herejes injustamente, despojándoles, después de su muerte, de todos sus bienes”.

De lo señalado por Sixto IV queda claro que en la mayoría de los casos, como ya lo hemos indicado en la introducción de este documento, sirvió La Inquisición, como una excusa para despojar a muchos de sus riquezas y posesiones territoriales, y en otras para desatar querellas y dirimir viejas rencillas entre Eclesiásticos, como más adelante lo veremos en los casos de Fray Luís de León o de la propia Teresa de Jesús.

El 11 de febrero de 1482, el Papa reorganiza la Inquisición Sevillana sometida ahora, a su plena autoridad, nombrando nuevos inquisidores.

El 18 de abril de ese mismo año el Papa condena de igual manera a la Inquisición de Aragón. Refiriéndose a ese reino el Papa Sixto escribe “En ese reino, la Inquisición no ha sido estimulada por el celo de la Fe y de la Salvación de las almas sino por la codicia y el afán de riquezas”

Establece Sixto varias reformas como:

1. - Los acusados deben conocer los nombres de sus acusadores.
2. - Que los Obispos debían presidir los juicios junto a los inquisidores
3. - El papado atendería las apelaciones de los acusados.
4. - Que los herejes podían ser absueltos tras una confesión que debía ser secreta

Estas reformas, aunque no restaban la ilegitimidad de obligar a pensar igual desde el punto de vista de fe, hacían a la Inquisición adoptar una posición más humana y piadosa, alejándola de prácticas que se contradecían con la misma fe y sustancia de lo que decían proteger.

Rápidamente Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, protestaron por la actitud del Papa, diciéndole que estaba avasallando la autoridad real. Expresaron al Papa que se negaban a acatar las órdenes papales ya que si la Inquisición no estaba bajo la autoridad real, jamás la herejía sería desterrada de Castilla y Aragón.

En mayo de 1482 Fernando de Aragón le escribe al Papa “si por casualidad se han hecho concesiones debido a la persistencia y la astucia persuasiva de los conversos, no permitiré que cobren vigencia. Por lo tanto cuidaos de que las cosas no vayan más lejos, revocando cualquier concesión anterior y confiándonos el cuidado de este asunto”

La amenaza hacia el papado no podía ser más clara y no llamaba a engaño, ya que era costumbre de Reyes y Emperadores, cada cierto tiempo, alzarse contra la autoridad del Papa, que erigiéndose como representante de Dios en la tierra, intervenía directamente en temas materiales como espirituales.

En el fondo las críticas de los Reyes Católicos buscaban desalentar al papa de toda reforma, que impidiera que la Inquisición se transformara en un elemento de poder y de adquisición de riquezas, sin ocultar, además, veladamente la intención de controlar la Iglesia de España que contaba con grandes posesiones y mucho dinero.

En dos oportunidades ya el Papa había desoído el pedido de Fernando.

El Papa decide entonces, enviar a la ciudad de Medina del Campo, donde se encontraban los Reyes, a un embajador especial llamado Domingo Centurión, pero los monarcas, como una manera de demostrar su malestar al Pontífice, deciden no recibirle.

Las relaciones con el Papado empeoraron notoriamente y el Papa Sixto IV en represalia, mandó a integrantes de su ejército a arrestar al embajador de Castilla ante Roma.

Por su parte Fernando respondió arrestando al nuncio Papal y retiró a todos sus representantes desde la Santa Sede.

Y se llega a un momento extremo en las deterioradas relaciones, cuando Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, amenazan al Papa con convocar a un concilio general de todos los príncipes de la Cristiandad, con el propósito de reformar La Iglesia Católica.

Como las cosas estaban llegando a un nivel de tensión altamente peligrosa, y de incalculables consecuencias futuras, los Cardenales Borgia y Mendoza deciden intervenir mediando entre litigantes de tan alta alcurnia.

Finalmente, el Papa cede posiciones, agobiado por las amenazas políticas y Religiosas de los Reyes Católicos. No debe olvidarse que el Papa no solo debía velar por la sanidad espiritual de sus feligreses, además, tenía que cuidar sus propios territorios, siempre amenazados por soberanos ambiciosos. Los estados Papales estaban compuestos, a ese año, por Roma, Venecia, Florencia y Nápoles.

El 3 de julio de 1482, accediendo a una de las peticiones de Fernando, retira a su sobrino Rafael Sansonio del Obispado de Cuenca, designando en su reemplazo al capellán de Isabel la Católica Alfonso de Burgos y en octubre el Papa invalida finalmente la bula de abril, donde pretendía suavizar los procedimientos de la Inquisición.

En diciembre designa el Papa como Cardenal de Toledo al Cardenal Alfredo de Mendoza.

Por último en un gesto final de acercamiento, el 10 de agosto, el Papa otorga a Isabel y Fernando una bula de cruzada para una guerra santa.
Además de ello el Rey y la Reina recibían nuevas indulgencias o cartas papales que se distribuyeron en todas las Iglesias de Castilla y Aragón que, previo pago de los feligreses, garantizaban su salvación después de muertos.

Estas indulgencias eran muy apreciadas ya que contribuían a llenar las arcas reales, bastante desgastadas por las continuas guerras contra los moros.

Por su parte a los soldados que se enrolaban en los ejércitos de Fernando e Isabel, que morían en batalla se les garantizaba, por parte del Papa, que al llegar al cielo serían considerados mártires de la fe.

Finalmente, el Papa entregó indulgencias para usufructo de los Reyes, para que los que no combatían, pero ayudaban económicamente a la causa, también se salvaran.

En un año - 1482 - en solo algunos meses, de abril a agosto, las cosas cambiaron en uno y otro sentido, para llegar al mismo punto de partida y con mejores garantías para los soberanos de Castilla y Aragón.

Sixto IV había cambiado totalmente su posición y, en respuesta a la acusación de los Obispos de Sevilla, seña que no albergaba ninguna sospecha, en lo que dichos Obispos señalaban que los Inquisidores actuaban más por ambición y por deseos de bienes temporales que por celo de la Fe y de la verdad católicas.

El Papa Sixto IV nació el año 1414, y fue nombrado Papa el año 1471, desempeñando ese alto cargo hasta su muerte en el año 1484.
Fue famoso como mecenas de las artes y de las letras, aunque su pontificado estuvo signado por las intrigas políticas y la corrupción. Su verdadero nombre era Francesco della Rovere, nacido en Celle Ligare, cerca de Savona. Pertenecía a la orden de los franciscanos, a la cual había ingresado en su juventud. El año 1464 fue nominado superior de los franciscanos y tres años más tarde consagrado cardenal.

Durante su pontificado se construyó la capilla Sixtina, de allí su nombre.
Declaró la guerra a Florencia que se prolongó por dos años (1478-1480).

Fue muy criticado por su actos de nepotismos (favorecer a familiares), y por dedicarse a asuntos materiales más que espirituales.

En todo, los abusos de la Inquisición existieron, y aunque el Papado no participó directamente en la concreción de esos excesos, es claro que existió complicidad y complacencia en el dejar hacer.
La Inquisición

Capítulo VII

Expulsión de los Judíos

Uno de los capítulos más oscuros de la persecución religiosa de la Inquisición se produce con la expulsión de los judíos del reino de España.
El odio de los católicos de esa época, fomentado por un antisemitismo derivado mucho de la envidia, se basaba teológicamente en la responsabilidad del pueblo Hebreo por la muerte de Jesús en la Cruz y los padecimientos posteriores de sus discípulos.
Ese pecado sería el más recordado al momento de esgrimir argumentos para decretar su salida del territorio de Castilla, Aragón y otras tierras bajo el dominio de los soberanos católicos.
Los sucesos antisemitas comienzan a precipitarse con violentos encuentros, entre cristianos y judíos, uno de los cuales nos parece pertinente relatar en detalle, ya que resulta difícil entender donde estaba la verdad, la traición o la simple mentira.

En 1488 aparecieron dos escritos, que su autor dedicó en florido lenguaje al gran Inquisidor Torquemada. Allí se incluía una introducción redactada por un inquisidor de Segovia llamado Fray Fernando de Santo Domingo. El primer documento era una suerte de guía o manual de instrucciones para los inquisidores, allí se les instaba a perseguir a los conversos, especialmente a aquellos a los cuales se les había sorprendido practicando sus antiguas creencias. De hecho como ya se ha señalado las primeras víctimas de la inquisición fueron los conversos a la fe católica. El segundo escrito se refería a los “alborayco” así se definía a los judíos convertidos a la fuerza, a quienes se acusaba de dedicarse a robar, dinero y propiedades, a los verdaderos cristianos.

Los impresos de fraile segoviano circularon profusamente creando un clima de odiosidad, discriminación y represalias muy difíciles de contener. Los judíos solo guardaban silencio en su mayoría para evitar males mayores, pero algunos se rebelaron.

El jueves Santo de 1488 varios judíos se reunieron a comer en una huerta en la aldea de Cesar de Palomero (esta aldea se encuentra al sur de la ciudad de Salamanca), a pleno campo. La ley Cristiana de esa época prohibía en forma directa que los judíos se reunieran en jueves santo. Cuando un grupo de jóvenes cristianos se percató de este hecho, enfurecidos agredieron ferozmente a los comensales obligándoles a correr en busca de refugio a sus hogares. La respuesta no podía hacerse esperar y así como al día siguiente, mientras los cristianos asistían al servicio religioso de viernes Santo, los mismos judíos agredidos el día anterior se juntaron en un prado, conocido hasta hoy, como Puerto del Gamo, donde se levantaba una gran cruz de madera. Como venganza, los judíos derribaron la cruz destruyéndola completamente. Un testigo, llamado Fernán Bravo, oculto observó este hecho narrando posteriormente que los atacantes habían proferido insultos al Nazareno.

Avisados los cristianos que se encontraban en la Iglesia cercana, corrieron hasta el lugar para atacar a los judíos que allí se encontraban. Fruto de la pelea tres judíos fueron apedreados hasta morir y a dos, incluyendo un muchacho de 13 años se les cortó la mano derecha.

Otro suceso importante en este contexto de violentas disputas entre cristianos y judíos, ocurre en el otoño de 1490, nunca se ha podido establecer su veracidad, pero el solo hecho que los rumores corrieron con gran velocidad fue suficiente para que la historia fuera considerara verdadera.

El acontecimiento ocurre en la ciudad de La Guardia, cerca de Toledo. Se decía que un niño cristiano había sido crucificado en el curso de una ceremonia ritual con la participación de judíos y conversos. Los detalles del presunto acto eran bastante crueles. Se identificaba al niño como un menor de tres a cuatros años, secuestrado a la entrada de la catedral de La Guardia. Luego de mantenerlo escondido en una cueva, sus captores procedieron a clavarlo en una cruz. La truculencia llegaba a decir a los acusadores que luego le habían arrancado el corazón para unirlo en una ceremonia mágica, a una ostia sacramental, cuyo resultado era proteger a los enemigos de la Inquisición y provocar hidrofobia en los cristianos.

Nunca fue posible probar la existencia del niño de La Guardia, como se le denominó posteriormente. Nadie pudo proporcionar su nombre y tampoco se encontró cuerpo alguno en la supuesta tumba donde se decía se le había enterrado.

Lo único que finalmente trascendió de este caso fue un documento, escrito el siglo XVIII, por el Inquisidor Martínez Marino y el descubrimiento que se hizo el siglo XIX de los documentos del juicio llevado en contra de los presuntos implicados.

Muchos historiadores, cuyos textos hemos consultado, creen que todo se trató de rumores que desataron una casa de brujas entre los judíos de Castilla.

Pero este capítulo del “niño de La Guardia” no termina aquí.

En junio de 1489 Benito García, de profesión esquilador y a ese año con 64 de vida pernoctaba en una posada en Astorga, aldea que se encuentra al norte de Castilla. Algunos parroquianos del lugar, embriagados, tomaron el morral de García y lo vaciaron para ver su contenido, con sorpresa encontraron que entre otros varios objetos había caído una “ostia sacramental”. ¡Sacrilegio! Dicen que exclamaron los ebrios originando una enorme trifulca.

Colocaron a Benito García una soga al cuello y lo llevaron, de carrera, ante el cura de Astorga llamado Pedro de Villada. El prelado no dudó mucho en torturar al pobre y desafortunado esquilador quien no tardó mucho tiempo en declararse judío y practicar la religión de sus antepasados. El cura le ofreció clemencia si nombraba a quienes les habían corrompido.

El acusado admitió prestamente que los que le habían hecho regresar al judaísmo, ya que anteriormente era converso, se llamaban Juan de Ocaña y un joven zapatero judío de nombre Yuce Franco quien vivía con su padre de ochenta años en la aldea de Tembleque.

A los pocos días todos los acusados habían caído en los calabozos de la Inquisición en Segovia. Según la costumbre el tribunal del Santo Oficio, no informaba cuales eran los cargos ni quienes los acusadores, por lo cual era difícil intentar cualquier defensa.

Yuce enfermó a los pocos días y creyendo que estaba cercana su muerte solicitó la presencia de una Rabino. Los inquisidores disfrazaron a un monje dominico, llamado Alonso Enríquez, quien se hizo pasar por el esperado Rabino. Yuce en su confesión expresó su preocupación por encontrarse preso y dijo que creía que se le acusaba de la muerte de un niño que había sido crucificado a la manera de Jesús.

Con esa confesión fue acusado del supuesto horrible crimen. También la Inquisición le acusó de haber obtenido una ostia consagrada para “ultrajarla” y emplearla en prácticas de hechicería.

Pese a que Yuce Franco señaló que esas acusaciones eran una total falsedad, el juicio duró un año más. En ese período se arrestó a más sospechosos.

Finalmente el 16 de Noviembre, todos los acusados incluyendo a Yuce Franco y su anciano padre fueron condenados como culpable del asesinato del niño la Guardia, infante que nadie conocía .que tampoco se había denunciado como desaparecido y cuyo cuerpo nunca fue encontrado.

Algunos de los acusados obtuvieron la misericordia de ser ahorcados antes que sus cuerpos fueran arrojados a la hoguera, pero AUCE y su Padre se negaron a abjurar de sus creencias, por lo cual sus carnes fueron desgarradas con hierros al rojo y luego quemados vivos.

Pese a que el caso del “Niño de La Guardia” aparentemente nunca ocurrió, los habitantes de Castilla se esforzaron por mantener esta historia siempre presente.

El año 1501 se estableció un Santuario en la casa de los Franco, el que más tarde se convirtió en una Iglesia. Más adelante se construyeron otros dos santuarios: uno en la cueva donde supuestamente se había crucificado al niño, y otro cercano a la aldea llamada de Santa María de la Pera, donde la creencia popular indicaba que se encontraba la tumba del niño.
Actualmente en el pueblo de La Guardia, todos los días 25 de Diciembre se celebra la fiesta del niño, elegido como patrono de la ciudad.

Torquemada, que siguió muy de cerca todos estos acontecimientos, volvió a la carga con grandes insistencias y variadas amenazas, para que los Reyes Católicos decretaran la expulsión de todos los Judíos de España.

El 1º de enero de 1483 los Monarcas de Castilla y Aragón emitieron una cedula religiosa, en la cual se señalaba que todos los judíos que residían en Sevilla y Córdova, debían ser expulsados en el plazo de un mes.

Para muchos esa orden real fue un verdadero acto de traición, ya que en 1480, Isabel, había garantizado a los judíos de Sevilla que no serían perseguidos por la Inquisición.

Nueve años después se decretaría la expulsión definitiva de todos los judíos, que aún se encontraren en los territorios del reino, bajo pena de muerte o de bautismo obligatorio.

Durante 1491 los soberanos se resistían a aplicar medidas más represivas contra los judíos de España, resistiendo los embates de Torquemada. Para los soberanos los semitas eran gente leal, que habían servido siempre fielmente a la corona, especialmente en el área financiera.

En 1492, los judíos eran el pilar fundamental del incipiente sistema bancario Español. Banqueros de esa raza habían recibido como garantía las joyas reales para financiar los últimos años de guerra contra los moros.

Talavera y Abraham Seneor habían recaudado más de 58 millones de marevedís, entre los propios judíos como un impuesto especial, para costear el pago de armas para el ejército real.

Torquemada llamaba a los semitas “la gran peste” de todos los territorios de los reinos de Castilla y Aragón, con la cual la resistencia de Fernando e Isabel era cada vez más débil.

Poco después de la capitulación de Granada, dos notables judíos, recaudadores de impuesto reales, llamados Abraham Seneor e Isaac Abravanel se entrevistaron con los Reyes para solicitar reconsideraran la medida de expulsión , que ya parecía todo un hecho.

Ofrecieron grandes sumas de dinero a los soberanos, para pagar viejas deudas de guerra. Les recordaron como los hijos de Israel habían demostrado constantemente su lealtad prestando incontable servicios a la corona. Se cuenta que cuando se encontraban en medio de estas negociaciones, irrumpió Torquemada en la sala del trono donde se efectuaban las conversaciones, y sacando un crucifijo desde el interior de su hábito, lo enarboló delante de Isabel y Fernando diciendo en tono amenazante “Judas Iscariote vendió a su señor por treinta monedas de plata. Vuestras altezas lo venderían por treinta mil. Aquí está, llevadlo y empeñadlo.”

Enfurecido arrojó el crucifijo sobre una mesa y salió del lugar.

Dicen que este gesto del fanático Inquisidor provocó franco terror en ambos Reyes, que interrumpieron de inmediato las tratativas.

Este sería uno de los errores mayores cometidos por ambos soberanos. Nunca España se recuperó de la perdida de la intelectualidad, artes, capacidad creativa e industriosa de judíos y Moros.
Hasta el momento presente Andalucía lamenta el alejamiento de tantos talentos que en su oportunidad dieron lustre a esas tierras.
La Inquisición

Capítulo VIII

Tomás de Torquemada es nombrado Inquisidor Real

Pese a todos los acuerdos, con Isabel y Fernando, Sixto IV hizo establecer una corte de apelaciones en Sevilla, a cargo del Obispo de esa ciudad IÑIGO MANRIQUEZ.

Entre las atribuciones de la mencionada corte estaba el devolver las pertenencias a quienes presos de la Inquisición, fueran declarados inocentes y en segundo lugar que una persona acusada, no podía ser acusada nuevamente.

La Reina Isabel, procurando evitar un segundo enfrentamiento con el Papa, ordenó una reorganización de la Inquisición, y obtuvo que el sumo Pontífice nombrará al cura dominico Tomás de Torquemada como supervisor.

Corría el mes de octubre del año 1483, cuando tal hecho tiene lugar con todos los ceremoniales, que consagraban a Torquemada como uno de los hombres más poderosos y temidos del reino.

El 17 de octubre del mismo año asume, además, como Inquisidor General para Aragón, Cataluña y Valencia.

El Inquisidor General era un hombre severo, ascético e insobornable.

Había sido 20 años prior del convento Dominico de Segovia, llevando una vida ejemplar de estudio, oración y penitencia.

Como Fraile su ascetismo personal era legendario.

Por la noche Torquemada dormía sobre un tablón. No comía carne, ayunaba constantemente, usaba una camisa de crin sobre la piel y soportaba toda clase de penitencias.

Odiaba obsesivamente a Judíos y conversos.

Sus prédicas eran encendidas alusiones al diablo y a la furia de las llamas eternas que consumirían a los pecadores, con lo que sembraba el temor entre los fieles, quienes veían a Dios con un ser poseído de ira contra el pecado y contra la humanidad que faltaba a sus mandamientos.

Sería el hombre más posesionado de su papel como gran Inquisidor.

Fray Tomás de Torquemada, era descendiente de conversos y su relación con los Reyes Católicos nace de los años en que era confesor de Isabel, cuando era sólo la Princesa de Segovia.

Torquemada, prometió que se dedicaría a la extirpación de la herejía, por la gloria de Dios y la exaltación de la fe católica.

Nadie podía saber como quedarían, tintas en sangre inocente, las manos de este Fraile fanático, que al momento de ser designado como Inquisidor General de Castilla tenía 63 años.


Tan solo asumir Torquemada el alto cargo de Inquisidor General, en la pequeña “Ciudad Real” 34 personas fueron quemadas vivas y otras 48 lo fueron en efigie.

Se “quemaba en efigie”, a los acusados que no podían ser capturados, ya sea porque escapaban del reino o se escondían en lugares remotos, en ese caso, sus retratos eran colocados en la hoguera de manera simbólica quedando marcados para toda la vida y con el peligro latente de caer en las garras de la Inquisición en cualquier momento.

El Tribunal de la Inquisición recorría todos los pueblos y ciudades del reino, sembrando el terror en todos los lugares donde se instalaba, ya que nadie podía estar a salvo de acusaciones e intrigas de todo tipo.

La inquisición siguió su cruel camino por todos los rincones de Castilla y Aragón, pero dejando detrás de sí no solo muertos sino que provocando inicios de revueltas en su contra.

Ciudades enteras se revelaron contra los Inquisidores, como es el caso de Teruel, en Aragón, el año 1484.

En 1485 una turba asesinó en la Catedral de Zaragoza el Inquisidor Pedro Arbués.

LA INQUISICIÓN DURANTE EL REINADO DE FELIPE II

La corona de Castilla y Aragón no quedaría en manos de ningún hijo o hija de los Reyes Católicos, sino que pasaría directamente a manos de uno de sus nietos, Carlos V de Alemania y I de España, hijo de Felipe el Hermoso Rey Soberano de los Países Bajos y del condado de Borgoña, y de Juana, llamada la loca, hija de Fernando e Isabel.

Carlos V fue el creador de aquel imperio “donde no se ponía el sol”.

Carlos V sería el continuador de las acciones de la Inquisición, no solo en España, sino que en todos los rincones del Imperio, incluyendo América del Sur, conquistada bajo su reinado.

No menos cruel que su padre, sería su heredero, Felipe II, quien siguió utilizando a la Inquisición y las persecuciones religiosas como la mejor forma de eliminar a los enemigos y hacerse de ingentes riquezas.

La Inquisición ya constituía toda una gran organización burocrática con gran numero de curas, frailes monjas y seglares a su servicio. Contaba con un ejército de espías y delatores siempre prestos a llevar a las mazmorras del mal llamado “Santo oficio” a miles de inocentes provenientes de todas las clases sociales.

La Jefatura nominal de la Inquisición era el “Consejo Supremo” presidido por el Inquisidor General, después venía una verdadera red de tribunales del Santo Oficio distribuida por toda la Europa de esa época dominada por España.

El esquema operatorio, seguía siendo el mismo del pasado.
Los procesos eran secretos y las pruebas no se comunicaban nunca.
A veces simples sospechas bastaban para encarcelar a un presunto culpable. El desdichado era, por lo menos, torturado brutalmente.

La vejez no liberaba de la tortura y así es como en el año 1557 una francesa, de 90 años, que vivía en Zaragoza fue torturada hasta morir en las mazmorras de la “Santa Inquisición”.

Pero, ahora, se había agregado a la compleja organización un grupo de teólogos llamados “calificadores” quienes tenían la responsabilidad de interpretar desde un punto de vista teológico las respuestas que, a los interrogatorios, daban los acusados.

Estos calificadores eran generalmente curas bastante ignorantes, poco conocedores de las escrituras y muchas veces animados por bastardas animadversiones, especialmente cuando un acusado demostraba saber más que ellos. Solo procuraban descubrir herejías hasta en las palabras más sencillas.

La Inquisición procuraba involucrar a todos los católicos en la búsqueda de herejes, vinculándolos en la responsabilidad directa de denunciarles, por ello es que para acusar a un inocente, bastaba tener como guía una lectura que se hacía todos los años en las Iglesias, el tercer día de cuaresma después de la misa mayor.

La lectura en cuestión era la siguiente:

“Si habéis oído decir que ciertas personas de cambian de camisa en sábado, o en sábado cambian las sábanas de la cama, o hacen diariamente la ablución, lavándose los brazos, las manos, o los codos, cara, boca, nariz, oídos, piernas y partes vergonzosas, estáis obligado a delatarlos bajo pena de excomunión”

Tal vez de estas admoniciones nace esa costumbre, tan Europea, de no bañarse con frecuencia, pese a que ya no existe el peligro de ser denunciado por alguien.

La realeza participaba directamente de las acciones de la Inquisición, es más, se consideraba como un acto necesario para ellos concurrir a los distintos y crueles ceremoniales del Tribunal del “Santo Oficio”. Juana, hermana de Felipe II tenía la costumbre de asistir a los llamados “autos de fe”, ya mencionados al inicio de esta crónica.

A uno de estos autos de Fe, celebrado en la ciudad de Valladolid, doña Juana se hizo acompañar por don Carlos, hijo de Felipe II. En una carta que envía a su hermano, Juana le resume el acto, presenciado por ella y el príncipe. “El auto del Santo Oficio de la Inquisición se hizo el domingo de la Trinidad, en la plaza, donde se hallaron sus Altezas y todos los grandes y prelados que aquí había y los Consejos, y hizose muy solemne.

Comenzose a las siete de la mañana y acabose a las cinco de la tarde, quemándose quince, entre hombres y mujeres y los demás condenaron se a cárcel perpetua. Habrá que hacerse otro auto presto (rápido) de algunos que quedan presos. Y a todo se hallaron sus Altezas.”

El auto de Fe consistía en dos fases.

La primera transcurría en un tablado en medio de la Plaza Mayor. Era la humillación pública. Luego eran entregados al Alguacil para ser llevados al “quemadero”.

Juana, la hermana del Rey Felipe II asistía siempre a la quema de los “supuestos herejes”, incluyendo entre quienes eran enviados a la hoguera, a damas de su propia corte, como doña Beatriz de Vivero, que siempre se declaró Católica pero quebrantada por la tortura aceptó toda clase de acusaciones. A ella solo se le permitió el consuelo de ser estrangulada antes de ser arrojada a la hoguera.

Felipe II, ya vuelto a España, asiste el domingo 8 de octubre de 1559, personalmente, a un auto de Fe.

Frente a la Iglesia de San Martín en Valladolid, se levantó una alta tribuna cubierta de rica tapicería con un trono en el lugar más prominente, en torno a el se instalaron los jueces de la Inquisición.

Al frente de la ubicación del Rey se encontraba el tablado de los condenados.

Las campanas de la Iglesia dieron la señal y la procesión salió desde el Palacio de la Inquisición.
Cada uno de los condenados venía apoyado en dos familiares, quienes le consolaban y ayudaban moralmente a soportar la difícil prueba. Los que habían admitido su penitencia vestían una negra túnica y los destinados a la hoguera una “hopa” (túnica) amarilla y sambenito pintarrajeado de grotescos dibujos que representaban demonios y las llamas del infierno.

Una gran cantidad de espectadores se agrupaban en la plaza, aclamando a los grandes señores, embajadores y cortesanos.

Se calcula que en esa ocasión se reunieron más de doscientas mil personas. Mal que mal la Iglesia prometía “cuarenta días de indulgencia” a los que presenciaran ese “solemne acto”.

El entusiasmo subió de tono cuando el Inquisidor General llamó al Rey a mantener la pureza de la Fe, a denunciar a los innovadores y a sostener el San Oficio de la Inquisición. Ante este requerimiento Felipe II se puso de pie y espada en mano en voz alta exclamó “Yo el Rey, dixo, así lo juro”.

Luego se dio lectura a las sentencias. Los penitentes se hincaron de rodillas, recibieron la absolución y fueron devueltos a prisión por todo el resto de sus vidas.

Los condenados, entretanto, eran entregados al Alguacil con las siguientes frases sacramentales, “Les confiamos a la justicia del magnífico corregidor, a quien recomendamos sea servido de tratarlos con bondad y misericordia”. Era esta la más suprema de las hipocresías, porque la suerte ya estaba echada y ninguno podía eludir la hoguera, y “el magnífico corregidor” sabía perfectamente cual sería su destino si, por casualidad, tomare en serio la recomendación de ser bondadoso y misericordioso.

La hoguera era el único camino para los desgraciados condenados y ese paso debían darlo en presencia de padres, esposas, esposos, hijos o hijas en una crueldad que hasta el momento presente no deja de estremecernos y que nos muestra, que aquellos que decían servir a la Fe y a la Iglesia, solo se servían de ella, para demostrar su fanatismo, ignorancia y perversión. Dios, que duda cabe, nunca estuvo con ellos.

En algunos casos solo el Santo Oficio de la Inquisición podía conceder la gracia del consuelo de ser ahorcado, antes de ser quemado, pero igual el cuerpo del infortunado era arrojado al fuego.

Dieciocho condenados desfilaron delante del Rey, de los cuales seis fueron admitidos a la penitencia, entre ellos una descendiente del Rey Don Pedro “El cruel”, llamada Isabel de Castilla, su esposo, en cambio, fue condenado a la hoguera.

El Rey asiste al auto de Fe, según señalaban sus más cercanos, porque sentía la obligación de ejercer un patronato personal sobre la Iglesia Católica de España y de todo su reino.

En una ley española que data de 1565 (libro I, título VI, ley I) se expresa “Por derecho y antigua costumbre y justos títulos y concesiones apostólicas, somos padrón de todas las Iglesias Catedrales”.

Felipe II, interviene directamente en cuestiones relativas a los nombramientos de la jerarquía de la Iglesia, así como a los ritos, aconsejando qué epístolas se debían incluir en los misales y en que fechas debían celebrarse determinadas fiestas religiosas.

A tanto llega la influencia de la religión en las decisiones reales, y la suspicacia frente a las personas y sus escritos, que el teólogo de Felipe, Arias Montano, recomienda al Rey la revisión de los escritos de San Agustín, de Tertuliano y San Jerónimo, entre otros, escribiéndole “tienen necesidad de ser repurgados, por tener cosas no tan sanas como conviene.”.

El Rey, maneja a la Inquisición a su amaño y controla absolutamente al clero de España, incluso alejándoles de la Santa Sede de Roma, prohibiendo la publicación de Bulas y despachos desde el Vaticano.

Las disputas de Felipe II con el Papa Pío V, llegan incluso hasta detalles como que el Embajador Español debía tener preeminencia, en las audiencias del Papa, sobre el embajador de Francia. Cuando el Papa acuerda todo lo contrario, el Rey ordena retirar a su embajador en Roma, declarando que no se creía obligado a pagar un embajador, para honrar a un pontífice que había vacilado tan poco en agraviarlo.
La Inquisición

Capítulo IX

El Papa Pío V

El Papa Pío V nació cerca de Alessandria en el norte de Italia el año 1504, bajo el nombre de Antonio Ghislieri. Desde los 14 años es monje dominico. Trabajó con gran celo llegando a ser nombrado gran inquisidor. En 157 es designado Cardenal.

Elegido Papa el año 1566, ayudó a los católicos franceses a perseguir a los hugonotes. Expulsó a los judíos de los estados pontificios, excomulgó a Isabel I de Inglaterra, y utilizó a la Inquisición para eliminar sin ningún asomo de piedad a los herejes.

El año 1570 formó la Santa Liga, en alianza con España y Venecia, derrotando a los turcos en la batalla de naval de Lepanto, con la escuadra comandada por don Juan de Austria, medio hermano del Rey Felipe II.

Fue canonizado el año 1712. Su festividad se celebra el 30 de Abril.

El Papado en esa época, por segunda vez (anteriormente, como ya se ha dicho, lo hizo ante los Reyes Católicos Isabel y Fernando) desaprueba el estilo de actuar de la Inquisición española, ante lo cual replica el Rey en una carta de fecha 17 de Febrero de 1567, dirigida al cardenal Granvela en Roma (curiosamente a ese Cardenal iría a servir un joven español, desconocido en esos años, llamado Miguel de Cervantes y Saavedra) “Con sus escrúpulos destruirá Su Santidad la Religión. Otra cosa debe el Padre Santo al respeto y amor que yo le profeso, y así debiera su Santidad abrir el ojo y no dejarse vencer de los escrúpulos que cada uno le quiera poner por delante”.

LOS INQUISIDORES
Los Inquisidores no fueron nunca brillantes, al contrario, cegados por el omnímodo poder que disponían, cometían toda clase de injusticias y atropellos, arremetiendo contra los mismos altos prelados de la Iglesia. En esos años 32 altos dignatarios fueron perseguidos por la Inquisición, más por envidia, despecho y por su probado fervor religioso e inteligencia, que por otras razones.

El Arzobispo de Sevilla, Valdés, Inquisidor General por veinte años (1547-1566) terminó por aburrir al propio Rey de España, quien le reemplazó por su secretario personal Espinosa, quien aprovechándose del cargo se enriqueció ilícitamente, cayendo en desgracia seis años después.

En la segunda mitad del reinado de Felipe II el Inquisidor General fue Quiroga (1573-1594).

LOS ATAQUES A LOS RELIGIOSOS

Nadie escapaba a la Inquisición, aunque fueran religiosos, como el caso de una monja del Monasterio de Santa Catalina de Valladolid, Sor María de Rojas, quien fue enviada a su convento condenada a ser maltratada a voluntad por sus propias hermanas de orden.

En su afán de persecución la Inquisición se dedicó a atacar a uno de los mejores teólogos de la Iglesia Católica Española y uno de los primeros poetas de la época, Fray Luís de León, al propio jefe de la Iglesia de España, el Arzobispo de Toledo (Toledo sigue siendo la sede del cardenalato Español hasta nuestros días), don Bartolomé de Carranza, a quien fuera después Santa Teresa de Jesús y a la propia Compañía de Jesús, todo lo cual, una vez más revelaba la mediocridad de los jueces inquisidores y sus desviados propósitos.

A Fray Luís de León, monje de la orden de los Agustinos se le acusó de enseñar herejías porque en un curso de teología, había dado el mismo valor a las opiniones de los rabinos y de los padres de la Iglesia sobre ciertos pasajes de las escrituras en que “los acusadores no concuerdan”.

Se le acusó, además, de haber sostenido que “no es artículo de fe que la Virgen María no hubiere cometido pecado venial nunca”.

Le irritaba a los Inquisidores que Fray Luís de León sostuviera que en ninguna parte del Antiguo Testamento existía promesa de Vida Eterna. Efectivamente, como cualquier estudioso de la Biblia puede sostener no existe en ninguno de los libros del Antiguo Testamento una referencia clara a la vida eterna, está referencia es, sin embargo, categórica en el nuevo Testamento, donde Jesús en diferentes ocasiones hace referencia a la vida eterna y a la Salvación...“El que en mí cree tendrá vida eterna” lo mismo que hace una clara referencia a ser el único intermediario ante Dios “Nadie llega al Padre sino a través de mí”.

La Inquisición pidió que el Fraile Agustino fuera sometido a tormento hasta que confesara su error. Solo fue condenado a estar cinco años en las mazmorras de una oscura prisión, y a ser amonestado “con apercibimiento de mayor rigor, si no era, más adelante, más circunspecto”.

Hay una poesía de Fray Luís de León, que se cuenta el fraile dejó escrita en las paredes de su prisión y que dice:

“Aquí la envidia y la mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.
(Al salir de la cárcel, Fray Luís de León)
La Inquisición

Capítulo X

Santa Teresa de Ávila

Otro importante personaje perseguido por la Inquisición Española fue Santa Teresa de Jesús, a quien se le acusó de remedar el sacramento de la confesión, estableciendo en las casas de su orden, la costumbre de confesar públicamente las faltas, para que las culpables recibieran el castigo reglamentario.

El cuaderno donde apuntaba los hechos más relevantes de su vida permaneció más de 10 años en poder de la Inquisición. Al respecto recuerdo que en uno de los viajes que he hecho a España, y especialmente a San Lorenzo del Escorial, visitando la biblioteca de Felipe II en ese palacio y convento, me encontré con un cuaderno, escrito de puño y letra por Santa Teresa de Jesús, que puede haber sido el mismo que por una década guardaron los Inquisidores. Hoy ese cuaderno es, tal vez, una de las piezas bibliográficas más valiosas de la biblioteca del mismo Rey que, a través del Tribunal del Santo Oficio, tanto persiguió a la Santa.

Los Inquisidores no se atrevieron, sin embargo, a ponerla en prisión tal era su fama de mujer Santa y religiosa, pero la sometieron a frecuentes interrogatorios y a la humillación de abrir sus conventos a los hombres del San Oficio, para que interrogaran a las monjas de claustro.

El 15 de diciembre de 1577, Santa Teresa dirige una carta al Rey Felipe II donde le escribe “si no me protegéis con mis pobres carmelitas ¿qué será de nosotras sin otro apoyo en el mundo?

Sor Teresa era una mujer de buena estatura, de tez blanca, cabello negro rizado, ojos redondos y negros y nariz pequeña. “Tenía suavidad, nobleza y alegría en la condición y trato”.

La Compañía de Jesús le prestó todo su apoyo, y con bastante razón, fresca estaba en el recuerdo de los Jesuitas la persecución que la Inquisición había desatado contra su fundador Ignacio de Loyola.

La Inquisición conformada por la orden de Santo Domingo, por rivalidades conventuales como ya hemos señalado antes, había perseguido a otros insignes Jesuitas como San Francisco de Borja y el padre Laínez de Almazan.

Finalmente todas las acusaciones contra Sor Teresa de Jesús fueron desestimadas.

Teresa de Ávila, o Santa Teresa de Jesús nació el año 1515, fue fundadora de la orden de las carmelitas descalzas. Era una escritora y poeta destacada, de un profundo misticismo. Su nombre verdadero era Teresa de Cepeda y Ahumada, natural de Ávila. Estudió en el convento de la Agustinas y luego en el de la Encarnación, de las carmelitas.

Disgustada por la indisciplina de las carmelitas, no vaciló en enfrentarse a sus superioras y con el apoyo del papa emprendió una serie de profundas reformas. El año 1562 funda en Ávila el convento de San José que se transforma en la primera comunidad de las carmelitas descalzas. Aunque siempre fue perseguida por funcionarios eclesiásticos envidiosos, y como ya hemos señalado por la propia Inquisición, persistió en sus propósitos, fundando 16 casas religiosas y 14 conventos para hombres.

Sus escritos son una contribución notable a la literatura mística y devocional. Falleció el año 1582 y fue canonizada el año 1622. Fue la primera mujer proclamada doctora de la Iglesia el año 1970.

LAS FRÍAS ESTADÍSTICAS

El resultado final de las acciones del Tribunal del Santo Oficio, para este período en España, fue la condena dictada contra 35 mil personas, siendo quemada o muertas en la tortura 3.000. Sin embargo, se calcula que desde el nombramiento del Inquisidor General, Fernando Valdés, hasta el advenimiento de la Dinastía de los Bonaparte el siglo XIX, fueron quemadas en la hoguera Española 32 mil personas y permanecieron en prisión hasta su muerte 291.000.

La siguiente es la triste estadística detallada, por Inquisidor, durante el reinado de Felipe II.

INQUISIDOR AÑOS QUEMADOS SOMETIDOS A PENITENCIA QUEMADO EN EFIGIE
Valdés 1547-1566 2400 12.000 1200
Espinosa 1566-1573 720 3.600 360
Quiroga 1573-1594 2816 14.080 1408
PERIODO 1547-1805 32.000 291.000 17.000
La Inquisición

Capítulo XI

La Inquisición en Portugal

De las actividades de la Inquisición en Portugal no hemos podido recabar mayor información, salvo establecer que llega bastante tarde a ese reino.

Un rarísimo documento de la colección del “Department of Special Collections at de University of Notre Dame”, llamado “Sermao do acto da fee” que fue dicho en Coimbra el año 1612, por el religioso Carmelita, Estavao de Santa Anna, doctor en Sagrada Teología y Rector del colegio de nuestra señora del Carmen de la Universidad de Coimbra, nos alumbra en todo caso como el primer sermón de esta naturaleza pronunciado en Portugal, aunque ya la Inquisición allí estaba formada. De hecho la portada del documento señala que fue impreso en la imprenta de Nicolao Carualho, impresor de la Universidad con licencia de la Santa Inquisición.

El sermón fue dirigido al “Ilustríssimo , e reuerendifsimo Senhor Dom Pedro de Castilho,Bifpo Vicerey, Inquifidor Geral,Capellao,& efinoler mór de fua Mageftade, & do feu cófelho do Eftado.”

LA INQUISICIÓN EN EL PERÚ

La Inquisición fue creada por Felipe II, para todo el reino de esta parte de América, el año 1569. Era una filial provincial del consejo de la Suprema y General Inquisición Española.


Hay tres motivaciones principales para introducir la Inquisición en América.

1.- La conquista había provocado un relajamiento en la moral y en las costumbres públicas y privadas, especialmente al sentirse los súbditos españoles lejos de la tutela de su rey y especialmente de los curas.
Se daban casos de poligamia, blasfemia, idolatría y otros.
Ante estos hechos, cada vez más recurrentes, las autoridades virginales, así como las eclesiales, entre ellos Fray Bartolomé de las Casas, piden al rey el establecimiento de la Inquisición.

2.- Poco a poco a las colonias estaban llegando grandes grupos de judíos y de judíos conversos, lo que estaba expresamente prohibido por la corona de España. Estos alteraban su identidad para poder quedarse en América, practicando en secreto sus costumbres religiosas.

3.- La aparición de sectas protestantes las cuales comenzaron a actuar de manera violenta, lo que podría terminar por contaminar con las nuevas doctrinas a los fieles y devotos de su majestad y de la Iglesia.

Sin embargo antes de su introducción formal, la inquisición de alguna manera estaba representada desde siempre en Perú por los Obispos, quienes se preocupaban de mantener la pureza de la fe y la conservación de la moral en sus diócesis.

El primer titular del arzobispado de Lima, Jerónimo Loayza, debió actuar en defensa de la fe. Uno de los casos connotados es el que afectó a Pedro Sarmiento de Gamboa. Fue condenado a abjurar de Leví, oír una misa en calidad de penitente y ayunar algunos días. Se le prohibió practicar la astrología. Pedro Sarmiento de Gamboa escribió “Historia de los Incas”.

Por su parte domingo de Santo Tomás, Obispo de Charcas, procesó a don Francisco de Aguirre, fundador de la ciudad de La Serena, acusado de cometer numerosas herejías. Las acusaciones no prosperaron.

Los primeros Inquisidores fueron Andrés de Bustamante y Serván de Cerezuela, el primero muere cerca de Panamá cuando viajaba entre España y Perú. Con la sola presencia de Serván de Cerezuela, el 29 de Enero de 1570 se estableció la Inquisición, durante una ceremonia realizada en la catedral de Lima.

La primera sede fue comprada en la suma de treinta y cinco mil pesos y consistía en una sala de audiencias, la cámara del secreto y una capilla, además de 12 celdas. Sin comunicación entre sí y una habitación para el Alcaide.

Cerezuelas, fue inquisidor hasta el año 1582, cuando decide retornar a España. Nunca llegaría a su patria ya que falleció en medio del viaje.

Fue reemplazado por el licenciado Antonio Gutiérrez de Ulloa.
En la época de Felipe II la Inquisición peruana instruyó 428 procesos, de los cuales 391 fueron ciudadanos españoles, 86 a extranjeros y 21 a Mestizos, negros y mulatos.
Entre los delitos juzgados por la inquisición podemos mencionar:
Delitos contra la fe, cometidos por luteranos, judíos y moros.
Expresiones malsonantes.
Delitos sexuales, bígamos solicitantes y otros.
Contra el Santo Oficio.
Prácticas supersticiosas, como invocar el demonio, hechicería, quiromancia etc.


CONCLUSIONES

De todo lo expuesto en este capítulo se puede colegir que la Inquisición a partir de la intervención de los Reyes Católicos fue un arma, más de reyes, que de Fe.

La orden de los Dominicos se prestó a ser cómplices de los Reyes para que utilizando la fuerte influencia de la Iglesia se persiguiera a los enemigos, y se obtuvieran fortunas y posesiones que de otra manera no se habrían podido legitimar.

Dos Papas se opusieron a las crueldades de los Inquisidores, pero terminaron sucumbiendo ante el poder Real, en ello se mostraba a un sector de la Iglesia que se descomponía, al alejarse de los fundamentos de la misma Fe que decía defender y propagar.

Para juzgar a la Inquisición hay que hacerlo, sin embargo, con los ojos de esa época, donde el modo de vida, el vasallaje a que eran sometidos los ciudadanos por sus soberanos y a lo poco ilustrado de quienes siendo clérigos fueron erigidos como jueces, nos permiten pensar que ella, fue el fruto del oscurantismo la ignorancia, la superchería y la ceguera de la vieja Europa.

La respuesta a todas estas acciones, sería difícil, triste y traumática para la Iglesia Católica, que debió soportar la reforma de Calvino, Lutero y la aparición del Anglicanismo de Enrique VIII.

La Inquisición quedo suprimida en España el año 1843

Bibliografía

Salvador de Madariaga - Don Carlos V -Grijalbo Mondadori -Barcelona 1980
Historia Crítica de la Inquisición en España-Llorente. París 1818(Llorente, canónigo de Toledo, secretario de la Inquisición 1789-1791)
Don Carlos y don Felipe - Gachard
Historia de los Protestantes - Castro
Colección de obras de Fray Luís de León -Edición de Rivadeneira
Obras de Santa Teresa - carta al Rey -15 Dic. 1577.
Historia de Felipe II -H. Forneron -Montaner y Simón editores, Barcelona 1884

martes, noviembre 29, 2005

ARTÍCULO DE OPINIÓN

Construyamos puentes

Gestión por competencias, pérdida del temor al cambio, agregar valor a la gestión, enfocarse en los objetivos estratégicos, capacidad de trabajar bajo presión, buscar soluciones innovadoras, crear productos nuevos, orientación al cliente, hacer sociedad con el proveedor, mejora continua, son algunos de los elementos con los cuales quienes desarrollamos cargos gerenciales amanecemos cada día.

Cada una de esas necesidades o desafíos, sin embargo, pasan por las personas. En el pasado nos enseñaron que las personas pasan y las instituciones quedan, me atrevo afirmar que no todo es certeza en esa afirmación. Las empresas que no basan el éxito de sus negocios en las personas están condenadas al fracaso.

Las personas son las que generan ideas, se auto motivan o son motivadas por la alta gerencia, por el clima laboral, por las recompensas económicas o por el reconocimiento que se les hace. Podríamos, entonces, aseverar que las personas pasan y dejan su impronta, que hace crecer a las empresas. Son ellas, las personas, quienes generan los cambios y hacen que las cosas ocurran.

Don Federico Bentin Mujica un destacado empresario latino americano dijo ya en la década de 1950, “Empresa que no cambia no crece, empresa que no crece muere”.

He leído un libro que muchos gerentes quisiéramos haber leído hace más de una década, porque a mi modesto entender está dirigido a las personas, aquellas a las que equivocadamente se les denomina “recurso humano”, como si de un insumo se tratara. Prefiero la denominación personas ya que de esa manera les damos el perfil humano que representa a un ser integralmente inteligente, capaz de aprender, desaprender, reciclar conocimientos y adoptar actitudes.

“Cambio personal y desarrollo de la capacidad competitiva” está escrito por un Psicólogo – Rigoberto Brito López - y un Ingeniero Benjamín Trajtman Grossman - , vale decir por alguien que es capaz de analizar al ser en su dimensión potencial, humana y de sus procesos mentales y por un profesional que en la materialización de las obras precisa de personas con amplias capacidades en lo imaginativo y en lo práctico.

La esencia profesional de los autores, nos lleva a otro punto.

¿Cuánto vale una persona en una empresa?

Es una pregunta que solo podemos responder con tres palabras – por sus competencias – que es el valor que agrega en la gestión de su cargo.

La empresa moderna requiere de personas que sean capaces de desarrollar y emplear sus competencias. Crecer en torno a ellas y asumir los desafíos de un mundo, tan cambiante, que obliga a estas a un constante reciclaje.

Cuando en los negocios, de la índole que estos sean, hablamos de “misión, visión, valores, credo”, no se trata de definiciones redactadas con frases rimbombantes y con compromisos idealizados, se definen de manera sencilla para que sean asumidos como propios por las personas y en torno a ellos desarrollen sus habilidades naturales o adquiridas, mediante el conocimiento continuo.


La visión de nuevos horizontes; las ideas claras, definidas, fáciles de perfilar en acciones concretas, son un capital que en el mundo globalizado, competitivo y del presente se necesitan.

En el libro, entre otro interesante material, su autores nos presentan un novedoso modelo integral para el cambio personal, y el desarrollo de la capacidad competitiva, definiendo dos grandes áreas denominadas “inmovilizadores”, que caracterizan nuestra identidad y “ movilizadores” que caracterizan el movimiento hacia la autorrealización.

Debo confesar que me tomó bastante tiempo analizar desde un punto de vista práctico, esta propuesta. Ahora, si tomamos lo definido como “inmovilizadores” en el sentido positivo que representa la base en que se asienta la personalidad de cada cual, quedan claras las posibilidades que tenemos de producir cambios que potencien nuestras capacidades de los cuatro aspectos que se definen como movilizadores.

En el mundo globalizado que vivimos debemos pensar, por ejemplo, en la formación de una cultura organizacional centrada en las personas y orientada a sus clientes. Quienes trabajan para ella deben percibir que son importantes, que tienen campo para realizarse, que viven un clima de constante motivación y en donde las proposiciones no son privilegios de las jefaturas, sino un aporte de todos.

Vivimos el momento de las empresas que han “horizontalizado” sus estructuras, eliminando la burocracia y el exceso de controles. Las que privilegian la capacitación constante eligiendo el camino de trabajar en equipo de manera efectiva y consecuente, como parte de su cultura organizacional.

Definimos como cultura organizacional al conjunto de valores, creencias y principios compartidos entre los miembros de una organización.

Según J. Camppel hay siete características que al ser combinadas revelan la esencia de la cultura de una organización.

1.- Autonomía individual. Libertad para desarrollar la iniciativa personal.

2.- Estructura – normas y reglas – que pudiera limitar la iniciativa individual.
3.- Apoyo. Grado de asistencia de la alta gerencia a sus subordinados.

4.- Identidad. Medida en que las personas se identifican positivamente con su organización.

5.- Recompensa al desempeño. Criterios claros para premiar la iniciativa, la creatividad y el trabajo bien hecho.

6.- Tolerancia del conflicto. Esto en el sentido de ser honesto y abierto ante las diferencias.

7.- Tolerancia del riesgo. Cuanto la organización estimula a ser activos, innovadores y correr riesgos.

En el marco de todo lo señalado y en el entendido que las empresas están constituidas por personas que mutuamente ligan el éxito entre sí, propugnamos una educación, con nuevas propuestas académicas. Una educación que tienda puentes en que se comuniquen la enseñanza media con la Universitaria.

Debemos buscar una vía de comunicación entre esa Universidad tradicional encerrada en sus habitáculos académicos, donde, salvo honrosas excepciones, parece existir una desconexión con el mundo real.

Hay que construir, también, un puente entre la Universidad y la empresa. Dejemos que entre una brisa de aíre fresco, al entender que el ser humano tiene potencialidades predecibles y otras, que al desarrollarse claramente, nos pueden llevar a organizaciones más amables, ágiles, creativas y de promisorio futuro.


CRONICAS VARIADAS
La instalación y reconocimiento de la primera Junta Gubernativa en Chile
Una historia pocas veces contada

Por Alejandro Pino Uribe

Esta crónica tiene como base un escrito de don Diego Barros Arana, historiador chileno nacido el 16 de Agosto de 1830 en la ciudad de Santiago.

Don Diego Barros Arana, en gran medida fue un autodidacta. Hizo sus primeros estudios en el Instituto Nacional en 1843, pero dada su naturaleza enfermiza debió retirarse al campo en el año 1849. Allí prosiguió aumentando sus conocimientos mediante la lectura de diferentes textos.

Publicó su primer ensayo histórico, el año 1850, con el título de “Estudios Históricos sobre Vicente Benavides” y “Las campañas del Sur”. Su obra más extensa y completa es la “Historia General de Chile”.

Junto a una gran cantidad de publicaciones de toda naturaleza, pero especialmente históricas, debe mencionarse su participación en la docencia:
Fue Rector del Instituto Nacional, decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, diputado de la República. En 1892 fue Rector de la Universidad de Chile.

Falleció el 4 de noviembre de 1907.

En la madrugada del martes 18 de septiembre de 1810 se registraba en Santiago un inusitado movimiento militar. Tropas y milicianos tomaban estratégicas posiciones en la capital del país, preludio de un acontecimiento extraordinario.

Los patriotas, contaban con mayoría en la ciudad y con la adhesión de los altos mando militares así como del propio “Conde de la Conquista”, don Mateo de Toro y Zambrano, que frisaba ya los ochenta años. El desplazamiento de las tropas armadas obedecía, más que nada, a una necesidad de mostrar la decisión para efectuar un acto de Independencia al cual, el partido español, se oponía abiertamente. Otra razón era evitar los desordenes, que los partidarios, podrían provocar después de reconocida la primera junta de gobierno.

La asamblea citada para ese día, debía celebrarse en la sede del cabildo de Santiago, pero dado lo estrecho del lugar se optó por hacerla en el edificio destinado al “tribunal del consulado”, inaugurado solo tres años antes.

Faltando pocos minutos para las nueve de la mañana, 350 personas se encontraban en el recinto, cien menos que las que oficialmente se habían invitado.

Se encontraban allí los jefes de las diversas corporaciones, los prelados de las distintas órdenes religiosas y muchos de los vecinos más importantes de Santiago. No se encontraba presente el regente de la Real Audiencia, lo que señalaba claramente la oposición y protesta del alto tribunal a todo lo que se acordase en la asamblea convocada.

No se había permitido la entrada a ningún hombre menor de veinticinco años. La mayoría de los presentes eran de avanzada edad y representaban a casi todas las familias de la aristocracia colonial.

Mientras se esperaba el inicio de la asamblea todos aguardaban con una ceremoniosa compostura.

Unos momentos después de las nueve de la mañana hace su ingreso el Conde de la Conquista, precedido por el cabildo y acompañado por su secretario y un asesor. Todos toman asiento en los sillones del estrado en medio del respetuoso silencio de la concurrencia.

Don Mateo de Toro y Zambrano mostraba completa entereza, aunque todos sabían que se encontraba, más contando su edad, bastante agobiado por todo el acontecimiento que se habían precipitado en la colonia.

Poniéndose de pie, el octogenario anciano se dirigió a los asistentes con estas únicas palabras “Aquí está el bastón; disponed de el y del mando”. Se volvió enseguida a su secretario Argomedo, y en voz alta le dijo: “Significad al pueblo lo que os tengo prevenido”. Ocupando nuevamente su asiento permaneció mudo e impasible durante todo el debate que posteriormente se inició.

Levantándose el Dr. Argomedo, con voz firme, sonora y tranquila, dio lectura a una declaración en nombre de don Mateo de Toro y Zambrano: “Señores, el muy ilustre señor presidente hace a todos testigos de los eficaces deseos con que ha procurado el lleno de sus deberes. La real orden de sucesión de mandos lo elevó al puesto que hoy ocupa; lo abrazó con el mayor gusto, porque sabía que iba a ser la cabeza de un pueblo noble, el más fiel y amante a su soberano, a su religión y a su patria.
Persuadido de estos sentimientos, se ofrece hoy, todo entero, a ese mismo pueblo, aguardando en las circunstancias del día las mayores demostraciones de ese interés santo, leal y patriótico.
En manos de los propios súbditos que tanto le han honrado con su obediencia, deposita el bastón, y de todos se promete la adopción de los medios más ciertos de quedar asegurados, defendidos y eternamente fieles vasallos del más adorable Fernando. El muy ilustre ayuntamiento los propondrá primero; y todos como amantes hermanos propenderemos a un logro que nos hará honrados y felices. Este es el deseo y el encargo del muy ilustre presidente; y cuando yo he sido el órgano de manifestarlo, cuento por el más feliz de mis día, el presente.”

Materializada, oficialmente, la solemne renuncia del Conde de la Conquista, era el cabildo quien debía proponer a la asamblea la manera en que se reorganizaría el gobierno del Reino de Chile.

Levantándose, luego de las palabras del Dr. Argomedo y terminadas las aclamaciones que suscitaron sus palabras, habló a continuación el abogado don José Miguel Infante, procurador de la ciudad, quien lo hizo en representación del cabildo.

En su discurso don José Miguel Infante pasó revista a las desgracias de España, invadida por las tropas napoleónicas, y que había producido la acefalía del trono de Fernando VII de Borbón. Le recordó a los presentes las antiguas leyes de la monarquía que, habían previsto, la manera de organizar el gobierno en tales casos.

Dijo el señor Infante “No quiero excitar más vuestro sentimiento, sino sólo preguntaros: ¿Quién nos asegura que el nuevo capitán general que se dice estar nombrado (se refería al general Elío), y quien se espera de un momento a otro, no declinará en igual despotismo? ¿No bastaría esto sólo para que procediésemos, desde luego, a la instalación de la Junta Gubernativa? Si se ha declarado que los pueblos de América forman una parte integrante de la monarquía. Si se ha reconocido que tienen los mismos derechos y privilegios que los de la península, y en estos se han establecido juntas provinciales, ¿No debemos establecerlas también nosotros?¡No puede haber igualdad cuando a unos se niega la facultad de hacer lo que se ha permitido a otros, y que efectivamente lo han hecho!

¿Esperáis acaso un permiso expreso de la suprema autoridad que reside en la metrópoli? Pues aún ese permiso lo tenéis. En la proclama dirigida a los pueblos de América participándoles el concejo de Regencia, se dice que la junta de Cádiz servirá de modelo a los que quieran constituir igual gobierno. ¿No es este un verdadero permiso? A esto mismo nos instiga y nos excita el supremo concejo de regencia en un real decreto del 30 de abril último, negándonos todo recurso en materia de gracia y justicia, y ciñendo su inspección solo a conocer sobre las representaciones dirigidas a proponer planes y recursos para hacer la guerra. ¿ No es este el motivo más urgente para hacer uso del permiso que se nos tiene dado? SI no tenemos a quién dirigir nuestros recursos en materia de justicia, ¿no fijaríamos desde luego el despotismo de los tribunales? ¿Quién respetaría las faltas que cometieran? Si no tenemos quien nos provea los empleos civiles y militares, ¿no caminaríamos, necesariamente, a nuestra ruina?

Don José Miguel Infante al finalizar sus discurso procuro desalentar las iniciativas que existían contra la creación de una junta de gobierno, o junta gubernativa como se le denominaba en esos tiempos. Se esforzó por demostrar, especialmente a los españoles, que esta no era una amenaza contra nadie, ni alteraba la fidelidad al Rey de España, ni pretendía innovar en lo menor a la religión del Estado.

“Señores Europeos, estad firmemente persuadidos de que hombres inicuos han sido los que han procurado sembrar discordias con el fin de haceros oponer al justo designio de los patricios. El animo noble y generoso de estos no propende a otra cosa que ha mantener una unión recíproca. Esto exigen los estrechos vínculos que nos unen, y así espero que conspiraréis de consuno al bien de la Patria, uniformando vuestras ideas para el logro del importante y justo objeto sobre que van todos a deliberar.”

Sin embargo, las palabras de paz y de conciliación de don José Miguel Infante, no bastaron para impedir que el partido español, y algunos de sus representantes trataran de hacer oír su voz en medio de una asamblea, que, sin manifestarlo ya había hecho su opción.

Terminaba de hablar Infante , cuando de inmediato se para don Manuel Manso, administrador general de aduana. Aunque Chileno de nacimiento y hombre muy respetable para la comunidad, no era partidario de lo que estaba ocurriendo. Comenzó sosteniendo que las circunstancias en que se hallaba el país, sin enemigos exteriores y sin una causa seria de perturbación interior, no autorizaban un cambio de gobierno.

Los asistentes reprobaron sus palabras, pidiendo de inmediato el establecimiento de una junta de gobierno, interrumpiéndole abruptamente. Manso, profundamente molesto e indignado hizo abandono del lugar.

Pese a todo el destacado comerciante español, Santos Izquierdo, ex miembro del Cabildo de Santiago, luciendo en su pecho orgulloso la cruz de la orden de Montesa, trato de rebatir lo expresado por José Miguel Infante. La asamblea no tardó mucho en acallar sus reclamos, viéndose obliga a dejar inconcluso el discurso recién iniciado.

La actitud de los asambleístas no dejaba dudas sobre los propósitos mayoritarios que allí imperaban.

Si mayor preámbulo la creación de una Junta de Gobierno fue aprobada por aclamación. La casi unanimidad de los presentes se puso de pie, gritando a grandes voces: “Junta queremos”.

Levantándose José Miguel Infante, nuevamente, fue proponiendo uno en pos de otro, los nombres de los integrantes de la junta: don Mateo de Toro y Zambrano, para presidente; el obispo electo de Santiago don José Antonio Martínez de Aldunate, para vicepresidente; don Fernando Marquez de la Plata; el doctor don Juan Martines de Rozas y don Ignacio de la Carrera, para vocales. Las designaciones fueron ratificadas con grandes aclamaciones.

Cuando parecía que la asamblea llegaba a su término, uno de los concurrentes, el abogado don Carlos Correa, señalando el deseo de otros participantes en el acto, solicitó que se agregaran dos integrantes más a la junta gubernativa. Aceptada la petición , se propuso una votación con cédula secreta en la cual debía inscribirse un solo nombre. Practicado el escrutinio, en medio de una gran animación de los asistentes a la asamblea, fueron aclamados con prolongados aplausos como integrantes de la nueva junta, el Coronel Francisco Javier de Reina con 99 votos y don Juan Enrique Rosales con 89 votos.

Finalmente, con el mismo regocijo, según señala el escrito de don Diego Barros Arana, fueron designados como secretarios los doctores José Gaspar Marín y José Gregorio Argomedo, quienes tenían amplia reputación de tener “notoria literatura, honor y probidad que se han adquirido a toda satisfacción del pueblo”.

Finalizada la elección e investidos en sus respectivos cargo prestaron el juramento de rigor.

Todos los cuerpos militares, prelados, jefes de servicios públicos, religiosos en general y vecinos juraron, en ese mismo acto, obediencia y fidelidad a la junta recién instalada en nombre del Rey Fernando VII.

La asamblea iniciada a las 9 de la mañana, comenzaba a disolverse cuando los relojes coloniales marcaban las 3 de la tarde.

Todos los asistentes acompañaron en medio de vítores hasta su casa al Conde de la Conquista y así, a cada uno de los vocales elegidos haciendo resonar el calzado en la calle empedrada. Las campanas de las iglesias repicaban con gran estruendo, anunciando a la ciudad de Santiago el cambio de gobierno que acababa de ocurrir.

Todo el vecindario celebrada alborozado. Durante las cinco horas que duró la asamblea no se registró ningún acto de desorden. Cuando se anunció que la Junta de Gobierno quedaba instalada oficialmente, el pueblo prorrumpió en vivas y aplausos.

Por la noche Santiago estaba iluminado. Las familias más prominentes instalaron antorchas y candelas en el frente de las casas. Se organizaron bandas de improvisados músicos que fueron a dar serenatas a la casa de don Mateo de Toro y Zambrano. También fueron a la casa de sus hijos y de los otros vocales elegidos. La fiesta duró hasta el amanecer.

La verdad es que la Junta se había instalado en nombre del Rey de España Fernando VII de Borbón y para defender sus derechos hereditarios sojuzgados por Napoleón. Probablemente ese era el deseo sincero de la mayoría de los participantes en la asamblea. En el acta de instalación se presentaba este acto como algo estrictamente legal y permitido, además, por las autoridades que gobernaban en España en nombre del Rey. Lo vocales de la nueva junta, cuando prestaron juramento, lo hicieron señalando “obedecer las antiguas leyes de la monarquía y de defender este reino hasta con la última gota de sangre, de conservarlo al señor Don Fernando VII, a quien debía estar siempre sujeto, de reconocer al supremo concejo de regencia y de mantener las autoridades constituidas y los empleados en su respectivos destinos”.
Pese a todo cierto es que sin proponérselo concientemente, es día 18 de Septiembre todo comenzaba a cambiar. Por la tarde un propio fue despachado a Buenos Aires, para comunicar el acontecimiento. La misiva comenzaba señalando, casi proféticamente, “El 18 de septiembre es el día más grande de Chile”.

La resistencia puesta a la constitución de la Junta Gubernativa por parte del partido español, y de la propia real audiencia, era una clara señal que quienes se oponían a cualquier afán independentista, sabían la gravedad que envolvía para España el acto realizado en esta lejana colonia de América.

No todo fue fácil. El 18 de Septiembre ningún representante del tribunal supremo , o Real Audiencia, se hizo presente en la asamblea. Pese a los reclamos del pueblo que exigía que los oidores comparecieran a prestar juramento, y dado lo avanzado de la hora se acordó citarlos para el día miércoles 19 de septiembre a las 12 del día a cumplir con ese gesto solemne.

La Real Audiencia se empeñó en no cumplir con esa obligación. Exigieron que previamente se les enviara copia del acta de constitución de la Junta de Gobierno. Esta se negó, en términos claros y perentorios enviando una nota escrita al alto tribunal que en una de sus partes decía: “Concurriendo V.S. a este palacio, en la hora, que se tiene prefijada, se leerá previamente el acta de la instalación de la junta provisional gubernativa, para que, impuesto de su contenido, le preste, V.S. su reconocimiento”.

Los oidores, sin embargo, aún se resistieron a esta severa conminación. Desconociendo la autoridad de la Junta respondieron, dirigiéndose solo al Conde de la Conquista en su calidad de Presidente y Capitán General interino del reino. En la misiva le instaban a Mateo de Toro y Zambrano a restablecer el régimen antiguo y le representaban la ilegalidad del cambio que se había hecho, haciéndole responsable de las consecuencias de aquella innovación, declarando que de no hacerlo así, la audiencia se limitaría a administrar justicia en cumplimiento del encargo del Rey, a quien daría cuenta de todo, y manteniéndose, entretanto, sin intervenir de manera alguna en materia gubernativa.

La carta de respuesta de la Real Audiencia provocó indignación entre los integrantes de la Junta de Gobierno y ese día, 19 de septiembre respondieron , con la firma de su Presidente, con singular dureza: “Cuando V.S. expone en su oficio de hoy, todo lo tuvo presente la presidencia antes de decidirse a la convocación del congreso del día de ayer e instalación de la excelentísima Junta provisional Gubernativa. Ella está resuelta a hacerse reconocer en la hora y día prefijados. Sentiría infinito que concluido ya el expediente y afianzada ya la materia, de V.S. lugar a novedades que la obliguen a tomar providencias serias y ejecutivas, especialmente en circunstancias que constando a V.S. la aclamación universal del pueblo que ha constituido majestuosa y uniformemente este respetable cuerpo, insista todavía en sembrar con sus oficios el germen de las desavenencias, conducta por cierto muy ajena de un tribunal del rey, que, en fuerza de sus obligaciones, debe aspirar a la unión y a la concordia”.

Al finalizar el oficio, el presidente de la junta, ordenaba que al acto de juramento no concurriera un representante del tribunal si no que todos sus integrantes.

La resistencia terminó. A las 12 del día 19 de septiembre concurrieron los oidores a la casa del Conde de la Conquista: “puestas las manos sobre los santos evangelios, juraron y prometieron respetar y obedecer a la dicha excelentísima junta gubernativa, y lo firmaron bajo las protestas que tienen hechas en sus oficios”.

Un cronista de la época señala que en este acto, y antes que ingresaran los integrantes de la Real Audiencia, a la casa del Conde de la Conquista, se instaló una banda en las afueras que ofreció un concierto. A su salida se toco la “marcha de la guillotina”, que se presume era el himno nacional de Francia, La Marsellesa.

El día 19 de Septiembre, a las primeras horas de la tarde, se daba a conocer a través de bandos leídos en voz alta, como se acostumbraba, el acta de constitución de la nueva Junta Gubernativa. Para cumplir con esa ceremonia de leer el bando en diferentes esquinas de la ciudad, se organizó una vistosa columna de mil hombres armados, que marcharon al son de tambores y música. Quinientos cincuenta soldados pertenecían al Regimiento de caballería del Príncipe y encabezan la marcha, Detrás de ellos iba el escribano de gobierno encargado de hacer la proclamación, rodeado del Alcalde don Agustín de Eyzaguirre y de los regidores don Fernando Errázuriz y don Francisco Antonio Pérez García, todos montados en briosos corceles lujosamente enjaezados . Cerrando la columna marchaban a pie los soldados de las compañías de dragones de Concepción y Santiago al mando del Capitán Juan Miguel Benavente.

Entrada la tarde, se efectuó un sarao y se ofrecieron refrescos en la casa de don Mateo de Toro y Zambrano con la asistencia de los principales de la ciudad.

Por la noche del 19 de Septiembre se esparció el rumor de un posible levantamiento en contra de la recién constituida Junta de Gobierno. Se hablaba que marchaba hacia Santiago, una columna de mil quinientos milicianos procedentes de Quillota, y comandados por don Tomás de Azúa , marqués de Cañada hermosa, quien anticipadamente se había declarado enemigo de cualquier cambio de gobierno en Santiago.

Durante toda la noche del 19 al 20 de Septiembre, se rodeó Santiago de centinelas y tropas que vigilaron atentamente. Nada ocurrió todo no pasó de ser más allá de un rumor.

El día 20 de Septiembre, el Cabildo decretó que se hiciera la “Jura popular” de las nuevas autoridades ante todo el pueblo. Para cumplir con ese propósito se instaló, en la Plaza Mayor, un estrado que permitía la observación de todos los concurrentes. Allí en el tablado se instalaron los vocales de la junta; y después de anunciarse el cambio de gobierno, recibieron el juramento del Cabildo de Santiago, como representantes de la ciudad, de los jefes militares, de los canónigos Vicente Larraín y Juan Pablo Fretes en representación del clero secular y de los provinciales de las órdenes religiosas, con la sola excepción del de La Merced, que no quiso concurrir al acto. Los cuerpos de las milicias juraron sobre sus estandartes, mientras el pueblo recibía monedas que les lanzaban desde diferentes lugares, como era la costumbre de la época, y en medio de grandes expresiones de alegría.

El acto finalizó con tres salvas de 21 cañonazos. Premonitoras talvez que muchas más se dejarían escuchar, antes que Chile fuera verdaderamente una república independiente.