La importancia de hablar bien
Recuerdo una conferencia que me pidieron para un encuentro de Orientadores Educacionales, venidos desde diferentes regiones de Chile, organizado por la Facultad de Educación de la Universidad de La Serena, hace algunos años.
En esa ocasión, expresé mi preocupación por la forma que en nuestro país evaluamos los conocimientos y las habilidades de los estudiantes. Dije que la inteligencia desde el punto de vista docente se medía en notas de 1 a 7, disposición reglamento que sigue siendo dominante en la mayoría de los niveles educacionales del país.
Por años, no hemos sido capaces de encontrar algunas formas alternativas que complementando la nota de la interrogación, prueba o examen, hagan aflorar el “talento”, que perdemos a manos llenas.
No sabemos medir el talento y tampoco lo buscamos.
Nos extrañamos al percatarnos como hacen grandes fortunas y organizan empresas, hombres y mujeres que, en términos académicos, son menos que nada, o cuyas notas fueron pésimas en su época de estudiantes.
Algunos no han terminado la educación básica, en tanto que otros, ni siquiera han pensado en ingresar a una Universidad y, sin embargo, son exitosos en la vida más allá de muchos que han sido excelentes alumnos, brillantes en términos académicos, pero sin poder encumbrarse en la parte visible de la sociedad, donde se pueden ver a los que de verdad se destacan.
Hay alumnos estudiosos y a la vez talentosos y tienen gran éxito en la vida, como también lo hay aquéllos que no podrían lucir sus notas ante nadie, pero igual se han destacado.
El talento ¿dónde está? ¿En las notas que sacamos en el colegio o en la Universidad y en los grados académicos que podemos alcanzar? ¿O en una mezcla de habilidades particulares que la educación no ha sabido vislumbrar a tiempo para potenciarlas aún más?
En lo personal, creo que los talentos de nuestros jóvenes y adultos, generalmente, están dormidos y no tenemos una metodología clara para hacerlos “aflorar” a la superficie, en una sociedad, que mide su cultura por la cantidad de conocimientos que se puedan guardar en la mente y en las notas, con las cuales, muy subjetivamente por lo demás, han sido evaluados.
Todavía enseñamos contenidos que nunca se van a utilizar y que bien se podrían aprender extra curricularmente.
Nos empeñamos en profundizar y ponerle nota a conocimientos geográficos relativos a límites de países, en un mundo donde las fronteras están cambiando constantemente y, lo que es más importante, borrándose por el efecto de la integración económica. Sabemos más de las guerras púnicas que lo que ocurre todos los días en nuestro país, en el continente y en el mundo.
Vivimos una época en que la velocidad de cambio en el conocimiento, requiere de una mayor capacidad de reacción. Se precisa de un adiestramiento, frente a los desafíos de la integración global. Frente a todo esto, están los hombres del siglo XXI, a quienes atiborramos de conocimientos, menos de uno, el más importante, y que no es otro que el de saber demostrar cuales son sus talentos.
Estos vienen con nosotros. Es bueno reconocerlo definitivamente.
Los que son creyentes debieran recordar la parábola de Jesús sobre los talentos. Es un derecho Bíblico que toda mujer u hombre puede reclamar, pero que no siempre puede demostrarlo.
Mi experiencia como periodista, profesor universitario y Gerente de empresas, me ha enseñado que hay personas que ejercen oficios muy sencillos y que, sin embargo, poseen ideas, inquietudes que podríamos calificar fácilmente de brillantes y hasta casi geniales, pero que presentan una gran limitación, no saben como expresarlas. Están encerrados en su mundo lleno de ideas, pero falto de palabras.
La limitación verbal es el drama de toda sociedad emergente como la nuestra. Contamos con la fuerza, y la capacidad, sin embargo, carecemos de las palabras adecuadas para elaborar el mensaje.
Graduamos a profesores, pero no les enseñamos técnicas de comunicación verbal que les serán fundamentales al momento de traspasar los conocimientos.
Uno de los aspectos más importantes, de la última reforma educacional según mi modesto juicio, es que destaca la comunicación verbal, la habilidad de entregar un mensaje claro y coherente que permita expresar de mejor manera nuestras ideas.
Tenemos que ser capaces de enseñar a los jóvenes a enfrentar la vida, que no balbuceen cuando manifiesten sus verdades, mostrar sus visiones, describir caminos nuevos, originales y creativos.
Cuando alguien se para frente a un grupo de personas para hablar y expresa sus ideas de manera clara, convincente y empática, inmediatamente se le califica como una persona inteligente. No sabemos cómo fueron sus notas en el colegio. Lo que hoy evaluamos es un talento comunicacional, no le estamos poniendo nota a lo que aprendió en el colegio, sino a lo que dice.
La sabiduría se conforma de experiencias y conocimientos, podemos aproximarnos a ella cuando sabemos expresar las ideas que son personales, que son frutos de nuestras propias ocurrencias.
La importancia de saber expresarse bien, sin vacilaciones, y con un amplio despliegue de recursos descriptivos, está reflejada en un hecho en el cual poco se medita. Cuando pensamos, nuestro proceso mental provoca una asociación de ideas, con imágenes, eso es imposible de evitar.
Mucho del talento está allí en la imaginación exuberante y en las ocurrencias.
Las ideas nos quedan claras, pero la tarea difícil es extraer esas imágenes que muestran ocurrencias creativas y transformarlas en palabras que sean un fiel reflejo de lo que nuestra mente ha sido capaz de construir.
La mente es tan poderosa que cuando pensamos en algo construimos de inmediato una imagen. Por ejemplo si en este mismo momento usted piensa en tomarse una taza de café humeante, en su cerebro, automáticamente se le aparece una taza de café, incluso con la sensación de su aroma, además, su taza de café puede ser diferente a la mía si ambos pensamos lo mismo. Pero no se le escribe en ninguna parte la frase “Quiero una taza de café”.
Ahora si a ambos se nos pide que describamos nuestra taza de café, allí estará la diferencia, quien domine mejor el arte de la comunicación verbal o escrita podrá describir con mayor cantidad de detalles ese pensamiento o idea.
Y así vamos por la vida, con el cerebro lleno de ideas, pero poco adiestrados para comunicarlas a los demás, para convencerles que son buenas.
Por ello sigo pensando que el talento aflora con mucha facilidad cuando dominamos técnicas de expresión y de comunicación con la sociedad, colectiva e individualmente.
Hablar claro y hablar bien es la tarea de la oratoria. Un arte si la practicamos sobre la base de principios éticos y de un perfeccionamiento constante.
La oratoria muestra los conocimientos, las ideas, pero también es una ventana para observar el alma.
Las palabras cuando construimos nuestros discursos, van ampliando las posibilidades de la mente al basarse en la imaginación que es un claro afluente de la creatividad.
La vida real en la que todo nos espera, es un lugar donde el que vende bien sus ideas, el que convence, posee buenos y claros argumentos, tiene un gran tramo del camino al triunfo ya construido.
Observemos a nuestros semejantes que reflejan su falta de adiestramiento verbal nutriéndose de muletillas, repetidas sin cesar, reemplazando palabras con gestos y no con frases.
El divorcio comunicativo nos produce problemas en el trabajo porque muchos se limitan a dar ordenes y no ha explicarlas. Ser convincentes y claros al enseñar a trabajar, para que se cumpla adecuadamente lo que se espera de un trabajador.
En el ámbito laboral he escuchado, muchas veces, la crítica reiterada, “me dice lo que quiere, pero no cómo lo quiere”.
Nos faltan las palabras cuando no somos capaces de motivar a nuestros propios hijos o de mutuamente alentarnos para emprender las tareas difíciles.
El dominio de una buena comunicación verbal me ha traído muchas satisfacciones. Me ha permitido convencer, con un buen uso de las palabras, sobre algunas ideas personales. Con otras creativas, producto de un proceso mental adiestrado a emplear la imaginación, he completado un ciclo de buena comunicación.
A mis alumnos de oratoria les he mostrado una piedra y les he pedido que me digan que es lo que están observando, siempre, irremediablemente, en un alto porcentaje me responden “es una piedra”. Allí está el primer error básico de una educación que nos enseña a ser pragmáticos y absolutamente apegados al texto de lo que se nos enseña.
La oratoria nos permite explorar más allá del limite del conocimiento programado, y explorar nuestros sentimientos más personales, transformarles en frases y oraciones y compartirlos con quien quiera escucharnos.
Alejandro Pino Uribe
Recuerdo una conferencia que me pidieron para un encuentro de Orientadores Educacionales, venidos desde diferentes regiones de Chile, organizado por la Facultad de Educación de la Universidad de La Serena, hace algunos años.
En esa ocasión, expresé mi preocupación por la forma que en nuestro país evaluamos los conocimientos y las habilidades de los estudiantes. Dije que la inteligencia desde el punto de vista docente se medía en notas de 1 a 7, disposición reglamento que sigue siendo dominante en la mayoría de los niveles educacionales del país.
Por años, no hemos sido capaces de encontrar algunas formas alternativas que complementando la nota de la interrogación, prueba o examen, hagan aflorar el “talento”, que perdemos a manos llenas.
No sabemos medir el talento y tampoco lo buscamos.
Nos extrañamos al percatarnos como hacen grandes fortunas y organizan empresas, hombres y mujeres que, en términos académicos, son menos que nada, o cuyas notas fueron pésimas en su época de estudiantes.
Algunos no han terminado la educación básica, en tanto que otros, ni siquiera han pensado en ingresar a una Universidad y, sin embargo, son exitosos en la vida más allá de muchos que han sido excelentes alumnos, brillantes en términos académicos, pero sin poder encumbrarse en la parte visible de la sociedad, donde se pueden ver a los que de verdad se destacan.
Hay alumnos estudiosos y a la vez talentosos y tienen gran éxito en la vida, como también lo hay aquéllos que no podrían lucir sus notas ante nadie, pero igual se han destacado.
El talento ¿dónde está? ¿En las notas que sacamos en el colegio o en la Universidad y en los grados académicos que podemos alcanzar? ¿O en una mezcla de habilidades particulares que la educación no ha sabido vislumbrar a tiempo para potenciarlas aún más?
En lo personal, creo que los talentos de nuestros jóvenes y adultos, generalmente, están dormidos y no tenemos una metodología clara para hacerlos “aflorar” a la superficie, en una sociedad, que mide su cultura por la cantidad de conocimientos que se puedan guardar en la mente y en las notas, con las cuales, muy subjetivamente por lo demás, han sido evaluados.
Todavía enseñamos contenidos que nunca se van a utilizar y que bien se podrían aprender extra curricularmente.
Nos empeñamos en profundizar y ponerle nota a conocimientos geográficos relativos a límites de países, en un mundo donde las fronteras están cambiando constantemente y, lo que es más importante, borrándose por el efecto de la integración económica. Sabemos más de las guerras púnicas que lo que ocurre todos los días en nuestro país, en el continente y en el mundo.
Vivimos una época en que la velocidad de cambio en el conocimiento, requiere de una mayor capacidad de reacción. Se precisa de un adiestramiento, frente a los desafíos de la integración global. Frente a todo esto, están los hombres del siglo XXI, a quienes atiborramos de conocimientos, menos de uno, el más importante, y que no es otro que el de saber demostrar cuales son sus talentos.
Estos vienen con nosotros. Es bueno reconocerlo definitivamente.
Los que son creyentes debieran recordar la parábola de Jesús sobre los talentos. Es un derecho Bíblico que toda mujer u hombre puede reclamar, pero que no siempre puede demostrarlo.
Mi experiencia como periodista, profesor universitario y Gerente de empresas, me ha enseñado que hay personas que ejercen oficios muy sencillos y que, sin embargo, poseen ideas, inquietudes que podríamos calificar fácilmente de brillantes y hasta casi geniales, pero que presentan una gran limitación, no saben como expresarlas. Están encerrados en su mundo lleno de ideas, pero falto de palabras.
La limitación verbal es el drama de toda sociedad emergente como la nuestra. Contamos con la fuerza, y la capacidad, sin embargo, carecemos de las palabras adecuadas para elaborar el mensaje.
Graduamos a profesores, pero no les enseñamos técnicas de comunicación verbal que les serán fundamentales al momento de traspasar los conocimientos.
Uno de los aspectos más importantes, de la última reforma educacional según mi modesto juicio, es que destaca la comunicación verbal, la habilidad de entregar un mensaje claro y coherente que permita expresar de mejor manera nuestras ideas.
Tenemos que ser capaces de enseñar a los jóvenes a enfrentar la vida, que no balbuceen cuando manifiesten sus verdades, mostrar sus visiones, describir caminos nuevos, originales y creativos.
Cuando alguien se para frente a un grupo de personas para hablar y expresa sus ideas de manera clara, convincente y empática, inmediatamente se le califica como una persona inteligente. No sabemos cómo fueron sus notas en el colegio. Lo que hoy evaluamos es un talento comunicacional, no le estamos poniendo nota a lo que aprendió en el colegio, sino a lo que dice.
La sabiduría se conforma de experiencias y conocimientos, podemos aproximarnos a ella cuando sabemos expresar las ideas que son personales, que son frutos de nuestras propias ocurrencias.
La importancia de saber expresarse bien, sin vacilaciones, y con un amplio despliegue de recursos descriptivos, está reflejada en un hecho en el cual poco se medita. Cuando pensamos, nuestro proceso mental provoca una asociación de ideas, con imágenes, eso es imposible de evitar.
Mucho del talento está allí en la imaginación exuberante y en las ocurrencias.
Las ideas nos quedan claras, pero la tarea difícil es extraer esas imágenes que muestran ocurrencias creativas y transformarlas en palabras que sean un fiel reflejo de lo que nuestra mente ha sido capaz de construir.
La mente es tan poderosa que cuando pensamos en algo construimos de inmediato una imagen. Por ejemplo si en este mismo momento usted piensa en tomarse una taza de café humeante, en su cerebro, automáticamente se le aparece una taza de café, incluso con la sensación de su aroma, además, su taza de café puede ser diferente a la mía si ambos pensamos lo mismo. Pero no se le escribe en ninguna parte la frase “Quiero una taza de café”.
Ahora si a ambos se nos pide que describamos nuestra taza de café, allí estará la diferencia, quien domine mejor el arte de la comunicación verbal o escrita podrá describir con mayor cantidad de detalles ese pensamiento o idea.
Y así vamos por la vida, con el cerebro lleno de ideas, pero poco adiestrados para comunicarlas a los demás, para convencerles que son buenas.
Por ello sigo pensando que el talento aflora con mucha facilidad cuando dominamos técnicas de expresión y de comunicación con la sociedad, colectiva e individualmente.
Hablar claro y hablar bien es la tarea de la oratoria. Un arte si la practicamos sobre la base de principios éticos y de un perfeccionamiento constante.
La oratoria muestra los conocimientos, las ideas, pero también es una ventana para observar el alma.
Las palabras cuando construimos nuestros discursos, van ampliando las posibilidades de la mente al basarse en la imaginación que es un claro afluente de la creatividad.
La vida real en la que todo nos espera, es un lugar donde el que vende bien sus ideas, el que convence, posee buenos y claros argumentos, tiene un gran tramo del camino al triunfo ya construido.
Observemos a nuestros semejantes que reflejan su falta de adiestramiento verbal nutriéndose de muletillas, repetidas sin cesar, reemplazando palabras con gestos y no con frases.
El divorcio comunicativo nos produce problemas en el trabajo porque muchos se limitan a dar ordenes y no ha explicarlas. Ser convincentes y claros al enseñar a trabajar, para que se cumpla adecuadamente lo que se espera de un trabajador.
En el ámbito laboral he escuchado, muchas veces, la crítica reiterada, “me dice lo que quiere, pero no cómo lo quiere”.
Nos faltan las palabras cuando no somos capaces de motivar a nuestros propios hijos o de mutuamente alentarnos para emprender las tareas difíciles.
El dominio de una buena comunicación verbal me ha traído muchas satisfacciones. Me ha permitido convencer, con un buen uso de las palabras, sobre algunas ideas personales. Con otras creativas, producto de un proceso mental adiestrado a emplear la imaginación, he completado un ciclo de buena comunicación.
A mis alumnos de oratoria les he mostrado una piedra y les he pedido que me digan que es lo que están observando, siempre, irremediablemente, en un alto porcentaje me responden “es una piedra”. Allí está el primer error básico de una educación que nos enseña a ser pragmáticos y absolutamente apegados al texto de lo que se nos enseña.
La oratoria nos permite explorar más allá del limite del conocimiento programado, y explorar nuestros sentimientos más personales, transformarles en frases y oraciones y compartirlos con quien quiera escucharnos.
Alejandro Pino Uribe