jueves, diciembre 22, 2005

La importancia de hablar bien

Recuerdo una conferencia que me pidieron para un encuentro de Orientadores Educacionales, venidos desde diferentes regiones de Chile, organizado por la Facultad de Educación de la Universidad de La Serena, hace algunos años.

En esa ocasión, expresé mi preocupación por la forma que en nuestro país evaluamos los conocimientos y las habilidades de los estudiantes. Dije que la inteligencia desde el punto de vista docente se medía en notas de 1 a 7, disposición reglamento que sigue siendo dominante en la mayoría de los niveles educacionales del país.

Por años, no hemos sido capaces de encontrar algunas formas alternativas que complementando la nota de la interrogación, prueba o examen, hagan aflorar el “talento”, que perdemos a manos llenas.

No sabemos medir el talento y tampoco lo buscamos.

Nos extrañamos al percatarnos como hacen grandes fortunas y organizan empresas, hombres y mujeres que, en términos académicos, son menos que nada, o cuyas notas fueron pésimas en su época de estudiantes.

Algunos no han terminado la educación básica, en tanto que otros, ni siquiera han pensado en ingresar a una Universidad y, sin embargo, son exitosos en la vida más allá de muchos que han sido excelentes alumnos, brillantes en términos académicos, pero sin poder encumbrarse en la parte visible de la sociedad, donde se pueden ver a los que de verdad se destacan.

Hay alumnos estudiosos y a la vez talentosos y tienen gran éxito en la vida, como también lo hay aquéllos que no podrían lucir sus notas ante nadie, pero igual se han destacado.

El talento ¿dónde está? ¿En las notas que sacamos en el colegio o en la Universidad y en los grados académicos que podemos alcanzar? ¿O en una mezcla de habilidades particulares que la educación no ha sabido vislumbrar a tiempo para potenciarlas aún más?

En lo personal, creo que los talentos de nuestros jóvenes y adultos, generalmente, están dormidos y no tenemos una metodología clara para hacerlos “aflorar” a la superficie, en una sociedad, que mide su cultura por la cantidad de conocimientos que se puedan guardar en la mente y en las notas, con las cuales, muy subjetivamente por lo demás, han sido evaluados.

Todavía enseñamos contenidos que nunca se van a utilizar y que bien se podrían aprender extra curricularmente.

Nos empeñamos en profundizar y ponerle nota a conocimientos geográficos relativos a límites de países, en un mundo donde las fronteras están cambiando constantemente y, lo que es más importante, borrándose por el efecto de la integración económica. Sabemos más de las guerras púnicas que lo que ocurre todos los días en nuestro país, en el continente y en el mundo.

Vivimos una época en que la velocidad de cambio en el conocimiento, requiere de una mayor capacidad de reacción. Se precisa de un adiestramiento, frente a los desafíos de la integración global. Frente a todo esto, están los hombres del siglo XXI, a quienes atiborramos de conocimientos, menos de uno, el más importante, y que no es otro que el de saber demostrar cuales son sus talentos.

Estos vienen con nosotros. Es bueno reconocerlo definitivamente.

Los que son creyentes debieran recordar la parábola de Jesús sobre los talentos. Es un derecho Bíblico que toda mujer u hombre puede reclamar, pero que no siempre puede demostrarlo.

Mi experiencia como periodista, profesor universitario y Gerente de empresas, me ha enseñado que hay personas que ejercen oficios muy sencillos y que, sin embargo, poseen ideas, inquietudes que podríamos calificar fácilmente de brillantes y hasta casi geniales, pero que presentan una gran limitación, no saben como expresarlas. Están encerrados en su mundo lleno de ideas, pero falto de palabras.

La limitación verbal es el drama de toda sociedad emergente como la nuestra. Contamos con la fuerza, y la capacidad, sin embargo, carecemos de las palabras adecuadas para elaborar el mensaje.

Graduamos a profesores, pero no les enseñamos técnicas de comunicación verbal que les serán fundamentales al momento de traspasar los conocimientos.

Uno de los aspectos más importantes, de la última reforma educacional según mi modesto juicio, es que destaca la comunicación verbal, la habilidad de entregar un mensaje claro y coherente que permita expresar de mejor manera nuestras ideas.

Tenemos que ser capaces de enseñar a los jóvenes a enfrentar la vida, que no balbuceen cuando manifiesten sus verdades, mostrar sus visiones, describir caminos nuevos, originales y creativos.

Cuando alguien se para frente a un grupo de personas para hablar y expresa sus ideas de manera clara, convincente y empática, inmediatamente se le califica como una persona inteligente. No sabemos cómo fueron sus notas en el colegio. Lo que hoy evaluamos es un talento comunicacional, no le estamos poniendo nota a lo que aprendió en el colegio, sino a lo que dice.

La sabiduría se conforma de experiencias y conocimientos, podemos aproximarnos a ella cuando sabemos expresar las ideas que son personales, que son frutos de nuestras propias ocurrencias.

La importancia de saber expresarse bien, sin vacilaciones, y con un amplio despliegue de recursos descriptivos, está reflejada en un hecho en el cual poco se medita. Cuando pensamos, nuestro proceso mental provoca una asociación de ideas, con imágenes, eso es imposible de evitar.

Mucho del talento está allí en la imaginación exuberante y en las ocurrencias.
Las ideas nos quedan claras, pero la tarea difícil es extraer esas imágenes que muestran ocurrencias creativas y transformarlas en palabras que sean un fiel reflejo de lo que nuestra mente ha sido capaz de construir.

La mente es tan poderosa que cuando pensamos en algo construimos de inmediato una imagen. Por ejemplo si en este mismo momento usted piensa en tomarse una taza de café humeante, en su cerebro, automáticamente se le aparece una taza de café, incluso con la sensación de su aroma, además, su taza de café puede ser diferente a la mía si ambos pensamos lo mismo. Pero no se le escribe en ninguna parte la frase “Quiero una taza de café”.

Ahora si a ambos se nos pide que describamos nuestra taza de café, allí estará la diferencia, quien domine mejor el arte de la comunicación verbal o escrita podrá describir con mayor cantidad de detalles ese pensamiento o idea.

Y así vamos por la vida, con el cerebro lleno de ideas, pero poco adiestrados para comunicarlas a los demás, para convencerles que son buenas.

Por ello sigo pensando que el talento aflora con mucha facilidad cuando dominamos técnicas de expresión y de comunicación con la sociedad, colectiva e individualmente.

Hablar claro y hablar bien es la tarea de la oratoria. Un arte si la practicamos sobre la base de principios éticos y de un perfeccionamiento constante.

La oratoria muestra los conocimientos, las ideas, pero también es una ventana para observar el alma.

Las palabras cuando construimos nuestros discursos, van ampliando las posibilidades de la mente al basarse en la imaginación que es un claro afluente de la creatividad.

La vida real en la que todo nos espera, es un lugar donde el que vende bien sus ideas, el que convence, posee buenos y claros argumentos, tiene un gran tramo del camino al triunfo ya construido.

Observemos a nuestros semejantes que reflejan su falta de adiestramiento verbal nutriéndose de muletillas, repetidas sin cesar, reemplazando palabras con gestos y no con frases.

El divorcio comunicativo nos produce problemas en el trabajo porque muchos se limitan a dar ordenes y no ha explicarlas. Ser convincentes y claros al enseñar a trabajar, para que se cumpla adecuadamente lo que se espera de un trabajador.

En el ámbito laboral he escuchado, muchas veces, la crítica reiterada, “me dice lo que quiere, pero no cómo lo quiere”.

Nos faltan las palabras cuando no somos capaces de motivar a nuestros propios hijos o de mutuamente alentarnos para emprender las tareas difíciles.

El dominio de una buena comunicación verbal me ha traído muchas satisfacciones. Me ha permitido convencer, con un buen uso de las palabras, sobre algunas ideas personales. Con otras creativas, producto de un proceso mental adiestrado a emplear la imaginación, he completado un ciclo de buena comunicación.

A mis alumnos de oratoria les he mostrado una piedra y les he pedido que me digan que es lo que están observando, siempre, irremediablemente, en un alto porcentaje me responden “es una piedra”. Allí está el primer error básico de una educación que nos enseña a ser pragmáticos y absolutamente apegados al texto de lo que se nos enseña.

La oratoria nos permite explorar más allá del limite del conocimiento programado, y explorar nuestros sentimientos más personales, transformarles en frases y oraciones y compartirlos con quien quiera escucharnos.

Alejandro Pino Uribe

martes, diciembre 20, 2005

DE POLITICA E HISTORIA

Cuando Cervantes casi se viene a América
Alejandro Pino Uribe

Me encontraba en Madrid en una visita breve por asuntos de mi trabajo, cuando leyendo la edición del 3 de Marzo, de este año, del diario “El país”, encuentro un artículo escrito por Cesar Antonio Molina, director del Instituto Cervantes, que me llamó la atención y del cual me he permitido extraer parte de la información que motiva las presentes líneas.

Menuda sorpresa para quienes, en esta parte de América, conocemos de Cervantes un poco más que su autoría de “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, al enterarme de su reiterado interés por radicarse en tierras americanas.

Al recorrer tantas veces el territorio manchego, en cada quebrada, llanura o montaña siempre se me aparece, en la imaginación, el caballero de la triste figura en su flaco rocín con Sancho cabalgando a su lado.

Pocos saben que el 17 de febrero del año 1582, don Miguel de Cervantes, desde Madrid, envió una carta a don Antonio de Eraso, del Consejo de Indias, que se encontraba en Portugal, concretamente en Lisboa, agradeciéndole el interés que había demostrado por su intención de radicarse en América, atendiendo algún oficio. Lamentablemente, para nosotros los americanos, esa intención se vio frustrada, ya que según se le dijo al ilustre escritor no existían vacantes para satisfacer sus pretensiones de viajar al nuevo mundo.

No era este el primer intento y, tampoco el último, sin embargo, fracasó en todos ellos. Ocho años después, el 21 de mayo de 1590, pidió por intermedio de su hermana Magdalena varios trabajos, entre ellos, la contaduría del Nuevo Reino de Granada, la gobernación de la provincia de Soconusco en Guatemala, ser contador de las galeras en Cartagena de Indias o ser corregidor de la ciudad de La Paz. El Consejo de Indias le respondió, lacónicamente: "Busque por acá, España, en qué se le haga merced".

La vida de don Miguel de Cervantes rivalizaba en aventuras con su personaje, “desfacedor” de entuertos y vengador de doncellas perseguidas, embestidor de gigantes de brazos tan grandes como aspas de molino. Cuando hace sus primeras peticiones de “cruzar el charco”, tenía por entonces 42 años y una vida marcada por el fracaso.

A los 20 años y algo, había huido a Italia por herir en duelo a un intendente de construcciones reales, a los 24 había perdido de un arcabuzazo la mano izquierda, para mayor gloria de la diestra, en la batalla de Lepanto. De los 28 a los 33 había estado prisionero en Argel, a los 37 había tenido una hija con la mujer de un tabernero y se había casado con una joven toledana, a los 39 había abandonado el hogar conyugal y a los 40 había sido excomulgado por embargar el trigo de varios canónigos. Se dice que uno de sus oficios fue el de cobrador de impuestos.

Paralelo a la accidentada vida ya reseñada, había estrenado tres obras de teatro y publicado una novela “La Galatea”, que podríamos definir como bucólica pastoril y que habían pasado casi desapercibidas en los círculos literarios españoles del siglo XVI.

Estas relaciones, casi desconocidas, de Cervantes con América, nos hacen reflexionar en todo el proceso cultural que la lengua española, su origen y la literatura Cervantina, representan como un puente común de una América, que pese a sus fuertes raíces nativas, de continente que tenía vida y cultura propias, se ve influenciada por el descubrimiento, conquista e imposición de usos y costumbres diferentes.

La lengua es, talvez, la herramienta más poderosa para consolidar la cultura hispano americana.

Cuando se cumple el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote, pensamos en la influencia de toda una cultura. Vemos como se funden y trasmutan los conocimientos, mitos y leyendas de ambos mundos.

Por sobre la imposición de una religión distinta a la nativa, de dioses, naturales y sobre naturales, quedan los dolores y prejuicios, aquellos que se trajeron de las interminables guerras del viejo mundo, a los propios dolores de las costas americanas, en el borde atlántico y del pacífico.

Hoy hablamos lo que se define como la lengua de Cervantes, con miles de modismos que suenan a cantos de pájaros, y que huelen a humo de fogatas y a hierba fresca de una selva virgen, como la de América del 1400.

De Cervantes hemos heredado la tendencia americana a vivir de utopías, como las que él soñó. Le fue vedado alcanzar las Indias, una de las muchas decepciones que padeció y, finalmente, se olvidó del nuevo mundo. ¡Qué lastima! Perdernos a don Quijote y a Sancho en las alturas Andinas, recorriendo los valles de prodigiosos ríos o la quebrada geografía del fin del mundo, embistiendo vientos, sin molinos, en el extremo austral.

Cervantes no vino a América y en su obra sólo la mencionará en dos o tres ocasiones y siempre con cierto dejo de amargura, como lo hace en la novela de “La española inglesa”, donde escribe que “las Indias eran común refugio de los pobres generosos".

En “El celoso extremeño”, incluso asegura, aún marcado por el despecho hacia un continente que no podría conocer jamás, que América venía a “ser amparo de los desesperados, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, añagaza general de mujeres libres" y, en resumen, "engaño común de muchos y remedio particular de pocos".

Pero aún cuando Cervantes no llegó a América, don Quijote sí, cabalgando en un rocinante de papel, vestido con su armadura de libro, se lanzó al galope a la conquista literaria de este nuevo mundo, con el cual podía entenderse en la vieja lengua de Castilla La Mancha.
Ya en febrero y abril de 1605 salieron cargamentos del libro para las Indias, y los envíos se sucedieron a lo largo del año.

Dice Cesar Molina en su texto; “Tres ejemplares tuvieron como destino Cartagena de Indias, 262 México y otros 100 de nuevo Cartagena, todos ellos pertenecientes a la edición príncipe.

En el magistral estudio Los libros del conquistador, publicado hace más de medio siglo, Irving Leonard explicaba que la exportación de libros al nuevo mundo era tan provechosa que, como en el caso del Quijote, muchas veces se sacaban de las prensas para llevarlos precipitadamente a Sevilla a fin de que no perdiesen la salida de las flotas anuales. La popularidad de los personajes cervantinos en las Indias fue rápida, y dos años después Don Quijote y Sancho desfilaban en Perú durante unos festejos”

Pero pasado el tiempo España casi se olvidó de América. El conquistador dejó la impronta de su espada y la riqueza de su lengua castellana, pero se fue, sintiendo que los legítimos deseos de independencia de nuevas naciones y de otras patrias, les echaban por donde habían llegado. Era una nueva raza fundida entre Europa y los indígenas de América, la que gritaba, como dice Martí “por el continente redimido”

América quedó en el olvido por cientos de años, hasta que a comienzos del siglo 20, cuando las grandes guerras volvieron a asolar Europa, los españoles perseguidos, o sobrevivientes de las luchas y revoluciones, volvieron sus ojos a estas tierras allende los mares, para cruzar nuevamente el océano de vientos, olas y tormentas, y fueron parte de esta naturaleza morena que les recibió generosamente, con una bienvenida en su misma lengua, la de Cervantes y del Quijote.

Y ahora son parte de nuestra historia común. Vinieron a soñar nuestros propios sueños y se quedaron, sintiendo que cada patria americana era su propia patria.

Finalmente, Cervantes no llegó a América, pero hoy pintores, escritores, cineastas, arquitectos, músicos y dramaturgos vienen y van tanto desde dentro como desde fuera de nuestras fronteras y con independencia de sus países de origen, son miembros de una misma y potente cultura, que se nutre de un idioma común, el idioma que hablaba y escribía Cervantes y que es la lengua de más de 400 millones de personas.

Andrea, una de las hermanas de don Miguel de Cervantes, al hacer referencia al escritor señalaba “ es un hombre que escribe y trata negocios, y por su buena habilidad tiene amigos". Miguel rondaba los 57 años y acababa de publicar la primera parte del Quijote, la misma que este año cumple 400 años.