martes, septiembre 11, 2007

LA CUBA DE FIDEL

Alejandro Pino Uribe

Debo confesar que nunca estuvo en mis planes visitar Cuba. Por nada especial. Nunca me ha atraído el Caribe, será porque no soy hombre de playas y de largas jornadas bajo el sol y frente al mar.

Pensé, equivocadamente, que sería una lata, especialmente cuando se trata de una República anacrónica en términos de desarrollo. Una suerte de museo sociológico viviente. La última muestra de un modelo de sociedad organizada y dirigida bajo los cánones del marxismo.

Le podrá parecer, a los admiradores o simpatizantes del Gobierno Cubano y de su líder Fidel Castro, nuestra primera afirmación un prejuicio o un concepto demasiado estricto. A quienes no les simpatiza este gobernante que se mantiene en el poder desde 1959, les parecerá miel sobre hojuelas. Podrán pensar, aquí hay un periodista que contará la verdad sobre Cuba.

El problema que tengo luego de volver de la Isla, la llave del caribe, como se identifica en su escudo patrio, es que me cuesta definir cuál es la verdad de este país y de sus gobernantes. La verdad del proceso Cubano me ha resultado relativa e incompleta, de uno u otro lado del prisma con que medimos los valores de la democracia.

Tan anacrónico como su sistema de gobierno, es el bloqueo que por más de dos décadas mantiene Estados Unidos. Es una medida que no tiene justificación, más allá de ser casi una tradición de las administraciones norte americanas, sean demócratas o republicanas y un resabio de la guerra fría, cuando la Unión Soviética surtía a Cuba en la mayoría de sus necesidades.

La Cuba de hoy, la del siglo XXI, es diferente y se puede mirar con otra cara, incluso a su propio gobierno.

El País

Al aterrizar en la Habana esperaba encontrarme con un aeropuerto viejo y dejado de la mano de lo moderno. Primero, me extrañó la longitud de la pista; larga, francamente interminable. Esperaba encontrarme con muchos aviones de la cubana de aviación. Había pocos, viejos y algunos desarmados. La gran mayoría rusos.

Primera sorpresa, un edificio moderno. Líneas arquitectónicas de vanguardia. Mangas para la salida de los pasajeros. Incluyendo accesos al área de inmigración con todas sus casetas de atención disponibles para atender al numeroso grupo de viajeros que, a ciertas horas, debe aprender a esperar con mucha paciencia que su documentación sea revisada. El promedio de demora es de 15 a 20 minutos por pasajero. Los pasaportes son revisados en detalle y los computadores, al parecer bastante lentos en su operación, son consultados frecuentemente.

La visa es un papel que generalmente tramita y autoriza la agencia de viajes. Se nota que en este aspecto no hay ningún tipo de discriminación. Tienen incluso la consideración de timbrar solo esa hoja separada y no el pasaporte, para que no tenga problemas si viaja a Estados Unidos y le ven un timbre de inmigración de Cuba, ya que tendría que dar bastantes explicaciones.

Al presentar mi pasaporte, le pedí expresamente a la simpática funcionaria que además de timbrar la visa, lo hiciera también con mi documento de viaje, que ya exhibe bastantes sellos de diferentes latitudes. Incluye un timbre del consulado de Estados Unidos en Madrid donde se me niega la visa a ese país, por motivos que nunca me quedaron claros, por lo que me da lo mismo el que mi pasaporte luzca el timbre de ingreso a la Habana. Sonriendo sella mi pasaporte, por supuesto con tinta roja, y me dice, casi en tono de pregunta “usted viaja mucho. Sí, respondo modestamente, es que soy periodista”, acordándome de mi añoso amigo y colega JJ Verne, que se enorgullece de tener una colección de pasaportes, incluyendo uno que tiene el orificio de una bala calibre 45 y manchas de sangre que, según asegura, es propia y derramada en el tiroteo que siguió al rescate de los rehenes Israelíes en el aeropuerto de Entebbe, en Angola. Pero esa es otra historia.

Punto a favor de Cuba. Creía encontrar funcionarios de rostro adusto, y con cara de pocos amigos. Encuentro gente simpática y muy profesional en su trabajo.

Al pasar por un pasillo del aeropuerto internacional José Martí, me topo con un empleado llevando varias cajas de coca cola. Pienso en el bloqueo norteamericano e imagino las vueltas que ha dado esta bebida emblemática de los Estados Unidos para llegar a la tierra de Fidel.

Mi encuentro con Cuba es por la amplia puerta de la histórica y aún españolísima ciudad capital de La Habana. Es la tierra del ron y del tabaco; pero que contrasentido, también es la tierra del dólar.

Todo funciona en torno al dólar y ahora la consigna más importante dice “Turismo es revolución”.

Cuba con su apertura a los turistas, para enfrentar la falta de divisas, ha iniciado una lenta y paulatina transformación de sus costumbres y de sus leyes. Lo que no ha conseguido el absurdo bloqueo norteamericano, de alguna manera lo está logrando el casi millón y medio de visitantes que, año a año, llegan a bañarse en las hermosas e inimitables playas de Cuba, o impregnándose de un pasado que se mantiene cuidadosamente en los numerosos sitios y museos de la Isla.

Pero Cuba es un país de lemas, llamados y consignas. Las autopistas que llevan a los exclusivos balnearios de la isla no exhiben letreros camineros con oferta de productos como estamos acostumbrados en Chile. El Patria o muerte está en toda parte. Llamados a aumentar la producción, a mejorar la educación, a trabajar más, a defender el turismo, son frecuentes, incluyendo rayados en los muros de fábricas y centros agrícolas.

El son, el bolero, la salsa, el mambo, todos los ritmos tropicales, parecen que forman parte del ambiente urbano y rural de la Isla de once millones de habitantes.

El cubano es alegre. Tiene ritmo en el hablar, cuando camina, baila o canta. Existe en la Isla, como escribió Arthur Miller, una pobreza simétrica. Es una pobreza que se asume con dignidad y por la cual uno no puede sentir más que respeto. Son gente esforzada, que disfraza sus apreturas y necesidades con una sonrisa fácil y un gesto amistoso.

Los grandes hoteles se alzan majestuosos. Imponentes en su lujo. Excluyentes cuando se trata del cubano medio. Sonrisas y reverencias solo para el extranjero.

Si espera encontrar una gran cantidad de automóviles antiguos se desilusionará. Los hay; pero ya no parecen tantos como en el pasado, cuando su única competencia eran los Lada soviéticos. Ahora se cruza con Mercedes, BMW, Audi, Alfa Romeo que se arriendan en dólares, lógicamente a los turistas. Compiten junto a muchos taxis nuevos, pero pertenecientes al estado. Los conductores son empleados del Gobierno.

Todos son empleados del Gobierno, que se encarga de proporcionar la mano de obra que necesitan las empresas que se instalan en Cuba.

La Gente

El sueldo mínimo son aproximadamente 7 dólares mensuales. La media bordea los 12 dólares y los más afortunados pueden llegar a ganar 18 dólares. Un médico gana aproximadamente entre 25 y 70 dólares al mes.

País de contrasentidos si tomamos en cuenta que el taxi estatal, que me ha llevado desde mi hotel a la Habana vieja, me cobra siete dólares por la carrera, el sueldo de todo un mes de muchos cubanos. Estoy hablando de $4.200 pesos chilenos, un valor razonable si tomamos en consideración la distancia recorrida.

No seamos injustos, los cubanos tienen derecho a comprar alimentos a muy bajo precio con su libreta de racionamiento, por lo tanto no se mueren de hambre. Tienen salud de buena calidad gratuita y también educación. Derecho al deporte, a la cultura y a la recreación todo pagado por el estado.

Tienen la peor movilización. Parece que todo el mundo sale a las calles y carreteras. Algunos hacen dedo para que alguien de buena voluntad les acerque a su destino. Otros, sencillamente esperan que pase una micro que da la impresión no tienen horario fijo. Motos, bicicletas y hasta carretas sirven al propósito de movilizarse. Sin querer pienso en el Transantiago, para ellos sería regalo de dioses.

La salud, para el cubano, es un derecho y están agradecidos de tenerlo.

Unos días después de mí llegada, en Varadero, la señora que se encargaba de arreglar mí habitación me contaba que su esposo sufrió de cáncer, y luego de un largo tratamiento que se prolongó por más de dos años finalmente se recuperó completamente. Lo único que le pidieron fue que donara sangre, nada más. Otro punto para Cuba. No puedo guardarme que la dama, sin embargo, no dejó de decirme que la política era lo más sucio que conocía. Esa fue toda su crítica, imagino a los gobernantes.

Lo narrado anteriormente me lleva a otro punto. Tenía la impresión que Cuba era una suerte de estado policial. Sabemos que se encarcela a disidentes, aunque por alguna razón no es a todos. Que no hay prensa libre en el sentido que los diarios que se publican son órganos oficiales del partido comunista. Que no hay partidos de otras ideologías o visiones distintas en cuanto a la concepción de estado. Que no tienen posibilidad de ver televisión extranjera o acceder, libremente, a Internet. Dicho lo anterior esperaba encontrarme con un pueblo prácticamente amordazado, temeroso de hablar, y no es así. Primero se aseguran que terreno pisan y cuando saben que pueden hablar en confianza, no paran de hacerlo. Usan un lenguaje culto, claramente educado, la mayoría tiene algún tipo de estudio, además de lo básico. Muchos son profesionales universitarios que se las ingenian para hacer trabajos no gubernamentales que les permiten tener una mejor condición de vida. Gente ingeniosa, que duda cabe. El taxista que me ha transportado es además dentista. Una joven, muy agradable, que vende libros de viejo por cuenta del estado, es geóloga.

Camino de la Plaza de Armas de La Habana un muchacho negro de paso ágil se ofrece a señalarme el camino. Se entera que soy chileno y exclama “Salvador Allende gran gobernante de Chile”. Mi silencio muestra a las claras que no pienso lo mismo, aunque procuro comportarme de la manera más amable. Rápidamente cambia su discurso y me pregunta que me parece Cuba. Le replico que me encanta, que en las pocas horas que llevo allí me ha impresionado.

La Habana, aunque le falten miles de galones de pintura y estuco, sigue siendo una ciudad hermosa y su gente muy amable. Le digo a mi eventual amigo, aquí parece que existe una sola clase social. Tu te equivocas, me responde, hay dos clases sociales, los políticos y el pueblo cubano y sin más se despide con un gesto y apurando el tranco se pierde entre la gente que deambula por la plaza, donde la noche de un invierno caluroso y tropical comienza a caer.

Sorprendido, encamino mis pasos al Floridita, una bar de copas, como dirían los españoles, famoso porque allí pasaba tardes enteras Ernest Hemingway bebiendo su copa de “daiquiri”. Había leído en el diario El Mundo de España, que hace solo unas semanas se había inaugurado allí una estatua en bronce, del famoso escritor y periodista, premio Nóbel de literatura, en tamaño natural. Se encuentra apoyado en la barra, mirando a los parroquianos y calzado de sus tradicionales sandalias. Frente a el, todos los días, se coloca su copa de daiquiri. Ya comienza a ser tradicional beber daiquiri al lado de Hemingway, gran amigo de Fidel y declarado devoto de la revolución cubana.

Al día siguiente, frente a la catedral, dos simpáticas mulatas compiten, ataviadas con trajes tradicionales por besar a los turistas y sacarse una foto con ellos. El servicio no es gratuito, la propina que esperan recibir es un dólar cada una. La foto lo vale y la simpatía de las jóvenes también.

Otro lugar de visita obligada es la bodeguita del medio. Allí el trago popular y oficial del lugar se llama “mojito”. Hemingway, gran bebedor, también pasó por esa barra en repetidas oportunidades. No sabemos como salió, pero de que estuvo, estuvo y así da cuenta un escrito con su letra y su firma que dice “My mojito en bodeguita del medio”. Mas allá cuelga enmarcada unas frases escritas y firmadas por Salvador Allende “¡Viva la revolución Cubana, Chile, espera! “.

La Cuba de Fidel sobrevive y de una u otra manera se encamina a un desarrollo turístico envidiable y a mi juicio bien planificado.

Pienso que el potencial está en su gente. Tienen educación y saben hacer negocios eludiendo muchas de las restrictivas leyes del país que no permiten la expresión de emprendimiento privado. Conversando con algunos cubanos, críticos del régimen, les decía; ustedes tendrán dos cosas importantes que agradecerle a Fidel, la salud y la educación, ambas gratuitas.

Y verdaderamente da para pensar, cuando, a unos cientos de Kilómetros está Haití, con democracia, sin bloqueo, pero con casi un 70 % de analfabetismo, con una baja expectativa de vida al nacer, una alta tasa de mortalidad infantil, con violencia, una pobreza casi terminal y con una seguidilla de Gobiernos tambaleantes.

La pregunta es ¿Qué vale más la democracia de Haití, o el Gobierno casi vitalicio de Fidel? ¿Cuál de los pueblos es más feliz? En honor a la verdad cuando escuchas cantar a los cubanos, cuando los ves reír, y sabes que no están fingiendo, la respuesta nace sola.

Otro contrasentido, nunca pensé que, de alguna manera, defendería al régimen de Fidel.