miércoles, noviembre 30, 2005

La Inquisición

Capítulo II

La figura del inquisidor, desde el punto de vista jurídico, inspiraba un gran respeto dado la gran potestad de su cargo que le permitía hasta excomulgar príncipes.

Estos primeros inquisidores se instalaban en diferentes ciudades formulando un primer llamamiento para que los herejes, por su propia voluntad, se presentasen ante el tribunal.
La Inquisición podía iniciar un juicio contra cualquier persona que les pudiera parecer sospechosa. Todo aquel que se presentara voluntariamente y confesara su culpa se le imponían penas menores. Existía un período de gracia de treinta días para presentarse ante el tribunal inquisidor, de lo contrario se iniciaba un juicio formal con todas las penas y condenas estipuladas.

Si los inquisidores decidían juzgar a una determinada persona de la cual existían sospechas o denuncias formales de herejía, se publicaba un requerimiento judicial solicitando la captura y encarcelamiento. La policía de la inquisición buscaba a los requeridos quienes no tenían derecho a ningún tipo de asilo, como lo veremos más adelante en el caso de Diego de Susan, en Sevilla.

Sometidos a juicio, quienes le acusaban podían ocultar sus nombres, lo que se prestaba a enormes injusticias, afortunadamente está práctica fue eliminada posteriormente por el Papa Bonifacio VIII, quedando sin embargo tras de ese hecho una secuela de errores inmensos.

El Papa Bonifacio VIII fue electo como pontífice el año 1294 falleciendo el año 1303.Su nombre era Benedetto Gaetani, natural de Anagni - Italia - igual que Gregorio IX.

Mantuvo una permanente confrontación con el rey Felipe IV de Francia por un problema de tasas ilegales de impuestos cobradas al clero. El rey francés llevó a tanto su desavenencia con Bonifacio que le llegó a declarar reo de herejía, manifestando su intención de destituir al Papa.

Bonifacio llegó al trono papal de una manera bastante curiosa, fue sucesor del Papa Celestino V, quien era un modesto monje benedictino, ordenado como tal a los 17 años, retirándose muy pronto a vivir en una comunidad que el creó como eremita. De vida santa y muy respetada, fue elegido Papa el 5 de Julio de 1294, después que durante dos años los cardenales no se habían puesto de acuerdo a quien elegir como sucesor de Nicolás IV.

El Papa Celestino renunció cinco meses después voluntariamente , el 13 de diciembre de 1294, al sentirse incapaz de gobernar a la Iglesia, entregando su cargo a Bonifacio, quien para evitar cualquier problema con los seguidores de Celestino le mantuvo prisionero en el Castillo de Monte Fumone hasta su muerte en el año 1296.

Celestino V, el Papa de los cinco meses fue, sin embargo, canonizado el año 1313. Su fiesta se celebra todos los 19 de Mayo.

En el resto de Europa, aunque no en España, la inquisición observó algunos métodos más justos, como por ejemplo castigar a los testigos cuyo testimonio se demostrara como falso. Generalmente la pena era el encarcelamiento.

Al Papa Inocencio IV, en el año 1252, le cabe el triste privilegio de autorizar el uso de la tortura para obtener las confesiones de los “presuntos culpables”. En esas condiciones se producía un enorme contrasentido, ya que muchos para dejar de sufrir los dolorosos apremios a que eran sometidos, admitían todos los cargos, y como la inquisición establecía que la declaración de los prisioneros era bajo juramento, se asumía que lo dicho en sus confesiones era verdadero y no inspirado por los suplicios establecidos.

El Papa Inocencio IV, gobernó la Iglesia Católica entre los años 1243 y 1254. Su nombre era Sinibaldo Fieschi, nacido en Génova y con estudios de derecho en las universidades de Parma y Bolonia. Fue consagrado Obispo de Albenga en el año 1225. Dos años después fue nombrado cardenal.

Vivió en constante lucha con Federico II y posteriormente con el hijo de este Conrado IV.
Cuando fue electo Papa dejó Roma, para radicarse en Génova donde se sentía más seguros sus muchos desacuerdos con el emperador Federico le obligan a huir a Francia, donde en el concilio de Lyón (1245), obtiene la condenación de Federico II y que se le quite la corona.

En estos primeros años de la Inquisición los castigos eran relativamente “suaves” si se consideran los que posteriormente se aplicarían en toda Europa en el siglo XV y posteriores. Tanto para los que confesaban “espontáneamente” como para quienes eran declarados culpables, las sentencias se dictaban públicamente al término de los respectivos procesos. A esta ceremonia pública se le llamaba sermo generalis o auto de fe.

Los castigos de los condenados podían ser muy variados e iban desde peregrinaciones obligatorias, un suplicio público, pagar una multa o cargar una pesada cruz. Aquellos que habían sido descubiertos haciendo falsas acusaciones - costumbre que luego se olvidaría - debían lucir unas cintas de tela roja cosidas a sus vestiduras. En casos graves se podía llegar a la confiscación de las propiedades o el encarcelamiento. La pena más severa era la condena a cadena perpetua. Cuando los religiosos entregaban al culpable de herejías a las autoridades civiles ello era equivalente a una sentencia de muerte, comúnmente en la hoguera.

Aunque en sus comienzos, como está dicho, la inquisición dedicó sus esfuerzos a combatir a los albigenses y a los valdenses, luego se empeñaron a perseguir a brujas y adivinos. La Inquisición se desataría de manera feroz durante el reinado de los Reyes Católicos en España, prosiguiendo con igual furia durante los reinados del emperador Carlos V y su hijo Felipe II.