miércoles, noviembre 30, 2005

La Inquisición

Capítulo VII

Expulsión de los Judíos

Uno de los capítulos más oscuros de la persecución religiosa de la Inquisición se produce con la expulsión de los judíos del reino de España.
El odio de los católicos de esa época, fomentado por un antisemitismo derivado mucho de la envidia, se basaba teológicamente en la responsabilidad del pueblo Hebreo por la muerte de Jesús en la Cruz y los padecimientos posteriores de sus discípulos.
Ese pecado sería el más recordado al momento de esgrimir argumentos para decretar su salida del territorio de Castilla, Aragón y otras tierras bajo el dominio de los soberanos católicos.
Los sucesos antisemitas comienzan a precipitarse con violentos encuentros, entre cristianos y judíos, uno de los cuales nos parece pertinente relatar en detalle, ya que resulta difícil entender donde estaba la verdad, la traición o la simple mentira.

En 1488 aparecieron dos escritos, que su autor dedicó en florido lenguaje al gran Inquisidor Torquemada. Allí se incluía una introducción redactada por un inquisidor de Segovia llamado Fray Fernando de Santo Domingo. El primer documento era una suerte de guía o manual de instrucciones para los inquisidores, allí se les instaba a perseguir a los conversos, especialmente a aquellos a los cuales se les había sorprendido practicando sus antiguas creencias. De hecho como ya se ha señalado las primeras víctimas de la inquisición fueron los conversos a la fe católica. El segundo escrito se refería a los “alborayco” así se definía a los judíos convertidos a la fuerza, a quienes se acusaba de dedicarse a robar, dinero y propiedades, a los verdaderos cristianos.

Los impresos de fraile segoviano circularon profusamente creando un clima de odiosidad, discriminación y represalias muy difíciles de contener. Los judíos solo guardaban silencio en su mayoría para evitar males mayores, pero algunos se rebelaron.

El jueves Santo de 1488 varios judíos se reunieron a comer en una huerta en la aldea de Cesar de Palomero (esta aldea se encuentra al sur de la ciudad de Salamanca), a pleno campo. La ley Cristiana de esa época prohibía en forma directa que los judíos se reunieran en jueves santo. Cuando un grupo de jóvenes cristianos se percató de este hecho, enfurecidos agredieron ferozmente a los comensales obligándoles a correr en busca de refugio a sus hogares. La respuesta no podía hacerse esperar y así como al día siguiente, mientras los cristianos asistían al servicio religioso de viernes Santo, los mismos judíos agredidos el día anterior se juntaron en un prado, conocido hasta hoy, como Puerto del Gamo, donde se levantaba una gran cruz de madera. Como venganza, los judíos derribaron la cruz destruyéndola completamente. Un testigo, llamado Fernán Bravo, oculto observó este hecho narrando posteriormente que los atacantes habían proferido insultos al Nazareno.

Avisados los cristianos que se encontraban en la Iglesia cercana, corrieron hasta el lugar para atacar a los judíos que allí se encontraban. Fruto de la pelea tres judíos fueron apedreados hasta morir y a dos, incluyendo un muchacho de 13 años se les cortó la mano derecha.

Otro suceso importante en este contexto de violentas disputas entre cristianos y judíos, ocurre en el otoño de 1490, nunca se ha podido establecer su veracidad, pero el solo hecho que los rumores corrieron con gran velocidad fue suficiente para que la historia fuera considerara verdadera.

El acontecimiento ocurre en la ciudad de La Guardia, cerca de Toledo. Se decía que un niño cristiano había sido crucificado en el curso de una ceremonia ritual con la participación de judíos y conversos. Los detalles del presunto acto eran bastante crueles. Se identificaba al niño como un menor de tres a cuatros años, secuestrado a la entrada de la catedral de La Guardia. Luego de mantenerlo escondido en una cueva, sus captores procedieron a clavarlo en una cruz. La truculencia llegaba a decir a los acusadores que luego le habían arrancado el corazón para unirlo en una ceremonia mágica, a una ostia sacramental, cuyo resultado era proteger a los enemigos de la Inquisición y provocar hidrofobia en los cristianos.

Nunca fue posible probar la existencia del niño de La Guardia, como se le denominó posteriormente. Nadie pudo proporcionar su nombre y tampoco se encontró cuerpo alguno en la supuesta tumba donde se decía se le había enterrado.

Lo único que finalmente trascendió de este caso fue un documento, escrito el siglo XVIII, por el Inquisidor Martínez Marino y el descubrimiento que se hizo el siglo XIX de los documentos del juicio llevado en contra de los presuntos implicados.

Muchos historiadores, cuyos textos hemos consultado, creen que todo se trató de rumores que desataron una casa de brujas entre los judíos de Castilla.

Pero este capítulo del “niño de La Guardia” no termina aquí.

En junio de 1489 Benito García, de profesión esquilador y a ese año con 64 de vida pernoctaba en una posada en Astorga, aldea que se encuentra al norte de Castilla. Algunos parroquianos del lugar, embriagados, tomaron el morral de García y lo vaciaron para ver su contenido, con sorpresa encontraron que entre otros varios objetos había caído una “ostia sacramental”. ¡Sacrilegio! Dicen que exclamaron los ebrios originando una enorme trifulca.

Colocaron a Benito García una soga al cuello y lo llevaron, de carrera, ante el cura de Astorga llamado Pedro de Villada. El prelado no dudó mucho en torturar al pobre y desafortunado esquilador quien no tardó mucho tiempo en declararse judío y practicar la religión de sus antepasados. El cura le ofreció clemencia si nombraba a quienes les habían corrompido.

El acusado admitió prestamente que los que le habían hecho regresar al judaísmo, ya que anteriormente era converso, se llamaban Juan de Ocaña y un joven zapatero judío de nombre Yuce Franco quien vivía con su padre de ochenta años en la aldea de Tembleque.

A los pocos días todos los acusados habían caído en los calabozos de la Inquisición en Segovia. Según la costumbre el tribunal del Santo Oficio, no informaba cuales eran los cargos ni quienes los acusadores, por lo cual era difícil intentar cualquier defensa.

Yuce enfermó a los pocos días y creyendo que estaba cercana su muerte solicitó la presencia de una Rabino. Los inquisidores disfrazaron a un monje dominico, llamado Alonso Enríquez, quien se hizo pasar por el esperado Rabino. Yuce en su confesión expresó su preocupación por encontrarse preso y dijo que creía que se le acusaba de la muerte de un niño que había sido crucificado a la manera de Jesús.

Con esa confesión fue acusado del supuesto horrible crimen. También la Inquisición le acusó de haber obtenido una ostia consagrada para “ultrajarla” y emplearla en prácticas de hechicería.

Pese a que Yuce Franco señaló que esas acusaciones eran una total falsedad, el juicio duró un año más. En ese período se arrestó a más sospechosos.

Finalmente el 16 de Noviembre, todos los acusados incluyendo a Yuce Franco y su anciano padre fueron condenados como culpable del asesinato del niño la Guardia, infante que nadie conocía .que tampoco se había denunciado como desaparecido y cuyo cuerpo nunca fue encontrado.

Algunos de los acusados obtuvieron la misericordia de ser ahorcados antes que sus cuerpos fueran arrojados a la hoguera, pero AUCE y su Padre se negaron a abjurar de sus creencias, por lo cual sus carnes fueron desgarradas con hierros al rojo y luego quemados vivos.

Pese a que el caso del “Niño de La Guardia” aparentemente nunca ocurrió, los habitantes de Castilla se esforzaron por mantener esta historia siempre presente.

El año 1501 se estableció un Santuario en la casa de los Franco, el que más tarde se convirtió en una Iglesia. Más adelante se construyeron otros dos santuarios: uno en la cueva donde supuestamente se había crucificado al niño, y otro cercano a la aldea llamada de Santa María de la Pera, donde la creencia popular indicaba que se encontraba la tumba del niño.
Actualmente en el pueblo de La Guardia, todos los días 25 de Diciembre se celebra la fiesta del niño, elegido como patrono de la ciudad.

Torquemada, que siguió muy de cerca todos estos acontecimientos, volvió a la carga con grandes insistencias y variadas amenazas, para que los Reyes Católicos decretaran la expulsión de todos los Judíos de España.

El 1º de enero de 1483 los Monarcas de Castilla y Aragón emitieron una cedula religiosa, en la cual se señalaba que todos los judíos que residían en Sevilla y Córdova, debían ser expulsados en el plazo de un mes.

Para muchos esa orden real fue un verdadero acto de traición, ya que en 1480, Isabel, había garantizado a los judíos de Sevilla que no serían perseguidos por la Inquisición.

Nueve años después se decretaría la expulsión definitiva de todos los judíos, que aún se encontraren en los territorios del reino, bajo pena de muerte o de bautismo obligatorio.

Durante 1491 los soberanos se resistían a aplicar medidas más represivas contra los judíos de España, resistiendo los embates de Torquemada. Para los soberanos los semitas eran gente leal, que habían servido siempre fielmente a la corona, especialmente en el área financiera.

En 1492, los judíos eran el pilar fundamental del incipiente sistema bancario Español. Banqueros de esa raza habían recibido como garantía las joyas reales para financiar los últimos años de guerra contra los moros.

Talavera y Abraham Seneor habían recaudado más de 58 millones de marevedís, entre los propios judíos como un impuesto especial, para costear el pago de armas para el ejército real.

Torquemada llamaba a los semitas “la gran peste” de todos los territorios de los reinos de Castilla y Aragón, con la cual la resistencia de Fernando e Isabel era cada vez más débil.

Poco después de la capitulación de Granada, dos notables judíos, recaudadores de impuesto reales, llamados Abraham Seneor e Isaac Abravanel se entrevistaron con los Reyes para solicitar reconsideraran la medida de expulsión , que ya parecía todo un hecho.

Ofrecieron grandes sumas de dinero a los soberanos, para pagar viejas deudas de guerra. Les recordaron como los hijos de Israel habían demostrado constantemente su lealtad prestando incontable servicios a la corona. Se cuenta que cuando se encontraban en medio de estas negociaciones, irrumpió Torquemada en la sala del trono donde se efectuaban las conversaciones, y sacando un crucifijo desde el interior de su hábito, lo enarboló delante de Isabel y Fernando diciendo en tono amenazante “Judas Iscariote vendió a su señor por treinta monedas de plata. Vuestras altezas lo venderían por treinta mil. Aquí está, llevadlo y empeñadlo.”

Enfurecido arrojó el crucifijo sobre una mesa y salió del lugar.

Dicen que este gesto del fanático Inquisidor provocó franco terror en ambos Reyes, que interrumpieron de inmediato las tratativas.

Este sería uno de los errores mayores cometidos por ambos soberanos. Nunca España se recuperó de la perdida de la intelectualidad, artes, capacidad creativa e industriosa de judíos y Moros.
Hasta el momento presente Andalucía lamenta el alejamiento de tantos talentos que en su oportunidad dieron lustre a esas tierras.