miércoles, noviembre 30, 2005

La Inquisición

Capítulo IV

Orígenes de la Inquisición en España

La “Santa Inquisición” es autorizada en España a contar del año 1478, mediante una bula papal de SIXTO IV.

La Inquisición tiene varias motivaciones para actuar, en nombre de la Fe y de la Iglesia, pero en un sentido absolutamente oportunista.

Luego de la fuerte represión desatada contra moros y judíos, por los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, se produjeron gran número de conversiones, que se sumaron a otras grandes conversiones masivas registradas durante el año 1391.

Curiosamente la Inquisición centraría sus fuegos de manera mayoritaria en los conversos, dado que se tenía duda de una transformación de Fe auténtica y muchos creían que en la privacidad de sus hogares seguían practicando la doctrina de sus padres.


Antes que la Inquisición se oficializara en España mediante una bula papal, ya muchos habitantes peninsulares, incluyendo curas y monjas, habían caído bajo la mirada de celosos autoproclamados guardianes de la Fe. Veamos algunos ejemplos.

El año 1450 don Diego de Marchena se hizo monje Jeromita, viviendo en el famoso convento de Guadalupe durante más de 35 años, sin embargo, la Inquisición le condenó porque estimó que sus enseñanzas eran poco ortodoxas.

En otro convento “La Sisla de Toledo” otro monje fue condenado por bautizar, según se dijo, a la manera Judía.

En el año 1479, los Reyes Católicos pidieron autorización al papa para reformar los conventos, donde estimaban se cometían muchos pecados que atentaban contra “la verdadera Fe”.

El año 1480, Fernando e Isabel intentaron eliminar el concubinato, muy en boga entre los monjes, prohibiendo a los clérigos que mantuvieran relaciones sexuales con “barraganas” (prostitutas), no monásticas.


El 27 de septiembre de 1480, mediante decreto real Isabel y Fernando activaron la Bula papal de Sixto IV. El decreto en cuestión decía lo siguiente: “ Por lo tanto nosotros el Rey Fernando y la Reina Isabel, con el gran deseo de albergarnos de elevar, honrar y preservar nuestra Fe Católica y la de nuestros súbditos, y con el propósito de evitar los grandes daños y perjuicios que se producirían, si la ya mencionada conducta no fuera castigada y corregida, y porque como monarcas y señores soberanos de estos reinos, debemos dar remedio a esto y porque deseamos que tan malos Cristianos queden limpios de toda mácula e infamia, aceptamos la tarea y facultad otorgada a nosotros por nuestro Santo Padre.

LOS PRIMEROS INQUISIDORES DE SEVILLA

Los primeros inquisidores de Sevilla fueron los frailes dominicos Miguel de Morrillo y Juan de San Martín.

Los frailes inquisidores, fueron todos dominicos, porque ese era una orden fundada como “predicadores mendicantes”, con el propósito de combatir la herejía y enseñar la verdadera doctrina.
Las instrucciones sobre las cuales basaban su accionar los tribunales de la Inquisición eran los escritos de Gracián de Bologna, el Papa Gregorio IX y Santo Tomás de Aquino.

La misión de la Inquisición era buscar a los herejes para ser interrogados y reconciliados con la Iglesia.

En la tarea de “buscar herejes” no tardaron mucho y desde luego sus fuegos apuntaron a prominentes hombres de negocios de la propia ciudad.

Es por ello que los primeros “supuestos herejes” fueron quemados en Sevilla, eran tres, uno de ellos un importante ciudadano del lugar llamado Diego de Susan, de quien se dice que valía por lo menos 10 millones de Marevedís.

Cuando se enteraron que la Inquisición les buscaba, se refugiaron en la Iglesia de San Salvador de Sevilla, pero la propia hija de Susan, a quien el pueblo llamaba “la hermosa hembra”, les denunció.

Ella asistió al auto de fe, luego del cual su padre fue quemado vivo. Fue tal la impresión que le causó ese inhumano acto que se retiró a un convento, del que muy pronto se retiró, para terminar sus días vagando medio loca por las calles sevillanas.

Estos primeros prisioneros de la Inquisición de Sevilla, se encarcelaron en el convento de San Pablo y luego trasladados al Castillo de Triana, hasta que finalmente fueron llevados a la hoguera.

Directorium Inquisitorium

A riesgo de adelantarnos en la enumeración cronológica de los hechos, hemos creído pertinente analizar un viejo manucristo, impreso por Alonso Gómez, impresor de su Majestad en Madrid el año 1576.

El libro impreso en castellano antiguo se llama “COPILACION DE LAS INSTRVCIONES DEL OFFICIO DE LA FANTA INQUIFICION HECHAS POR EL MUY REVERENDO SEÑOR FRAY THOMAS DE TORQUEMADA PRIOR DEL MONAFTERIO DE FANTA CRUZ DE SEGOUIA, PRIMERO INQUIFIDOR GENERAL DE LOS REYNOS Y SEÑORIOS DE EFPAÑA.

Es este un documento, cuyos originales se encuentran en el Departamento de colecciones especiales de la Universidad de Notre Dame, donde existen detalladísimas instrucciones de la manera como debe actuar la Inquisición.

Se consigna desde el inicio de una denuncia, hasta las sucesivas penas que derivaran de un preso condenado, las penitencias y diversos ceremoniales del denominado auto de fe.

A título de ejemplo podemos reseñar lo escrito en una de las páginas de este compendio:

“Primera audiencia y preguntas que deben hacer los Inquisidores. Puesto el preso en la cárcel, cuando a los Inquisidores parezca más conveniente llamaran ante sí y un notario del secreto. Mediante juramento le preguntarán, edad, oficio y vecindad y cuanto ha que vino preso. Los Inquisidores hablaran con los presos humanamente, tratándole según la cualidad de sus pecados...”

“Luego consecutivamente se les mandará que declaren su genealogía, comenzando de sus padres y abuelos , con todos los transversales que tenga memoria, declarando los oficios y vecindades que tuvieron y si fueron viudos o tuvieron difuntos, los hijos que tienen o han tenido y asimismo si son o han sido casados los dichos reos y cuantas veces. Y el escribano escribirá el proceso poniendo cada persona por principio de reglón, declarando si sus ascendientes o de su linaje han sido presos o penitenciados por la inquisición.”

El manuscrito que comentamos contiene en sus más de catorce páginas, detalladas instrucciones relativas a los interrogatorios, al trato a los testigos cuyos nombres no debían conocerse, a la alimentación de los prisioneros, facultando a quienes tenían recursos para traer su propia alimentación.

Por varios siglos estas instrucciones fueron manejadas en el mayor secreto, no siendo posible conocerlas fuera del mundo de la propia Inquisición.

Los gastos que demandaba la manutención de los encarcelados, se pagaban con cargo a los bienes que a esos mismos prisioneros requisaba la Inquisición.

La dieta que recibían eran alimentos preparados sobre la base de carne, pan y vino.

Los procedimientos para enjuiciar a un acusado eran injustos ya que, por ejemplo, el nombre de los que acusaban nunca era conocido, lo que hacía más difícil la defensa y se prestaba para que se concretaran venganzas personales que nada tenían que ver con la fe y la religión.

A la inversa de todo derecho, la persona detenida por la Inquisición se le consideraba como culpable, hasta que no demostrara su inocencia.

La Inquisición utilizaba un esquema bastante perverso, cuando se trataba de perdonar a los condenados. Los acusados, interrogados en el tormento, dispuestos a confesar cualquier cosa, si se reconciliaban con la Iglesia de sus supuestas ofensas, eran perdonados pero entregados al alguacil con la recomendación que fuera clemente, aunque la tal clemencia nunca era real ya que indefectiblemente, el hereje era quemado. En algunos casos, el Inquisidor tenía la autoridad para permitir al condenado ser ahorcado, antes que su cuerpo fuera arrojado a la hoguera.

En los pocos casos que lograban salvarse de la hoguera, estaban obligados a usar una COROZA, que era una especie de sombrero cónico muy alto y un “ sambenito”, túnica de lana amarilla larga que llegaba hasta las rodillas, llevaba el nombre pintado y estaba decorada con demonios en medio de las llamas del infierno.